Yo lo vi a Tomasito, no me lo contaron.
No soy como esos tantos mentirosos que aprovechan los quince minutos de fama para subirse al carro.
Me molesta ese tipo de gente que en el momento de mayor éxito de alguien, dicen que siempre estuvieron junto a él, que lo vieron nacer, que hacían mandados juntos al mismo almacén y que compraban la misma mortadela y resulta que jamás lo vieron, ni en fotos.
Esa misma gente que cuando alguien entra en la mala, nunca oyeron su nombre, lo insultan en redes, le sueltan la mano -si es que alguna vez se la dieron-, no le conocen, le retiran el aprecio y agregan con tono despectivo: Es un pánfilo. Un viejo chanta. Un viejo verde.
Yo lo vi.
Lo vi haciendo los primeros “pininos” con la pelota, las primeras pisaditas, las endiabladas moñas, dejando rivales por el camino como si fueran columnas.
Tomasito era un coloradito muy pecoso. No le gustaba hablar mucho, ni aparecer en las marquesinas, pero su influencia era innegable en el equipo.
Los años fueron pasando y, ya maduro, tenia una mirada mucho más amplia, un gran panorama de cancha y realizaba excelentes cambios de frente. Y cuando los partidos se complicaban, él era el mejor para hacer retenciones en el cuarto de círculo del córner.
Aquel muchachito tímido que casi no hablaba y tenía vergüenza cuando las admiradoras lo perseguían para pedirle autógrafos logró, a base de esfuerzo y sacrificio, dominar esa incapacidad comunicacional para transformarse en un gran orador, por el cuál las más jóvenes y ardientes féminas caían deslumbradas por su delicada oratoria y su ya importante y desbordada billetera.
Insisto, yo lo vi, como lo vio el presidente del club “Los picarones”, don Barón, cuando Tomasito hacía, casi sin zapatos y sin medias, sendos “cañitos”, tijeras y bicicletas, en los campitos cercanos al hospital y ni se quejaba de algún dolor de pies por los pisotones.
Y tanto lo vio y consideró don Barón que, al observar tanto dominio, velocidad y capacidad en el dribling, no dudó de tenerlo para siempre en el “equipo de los sueños”, en el “dream team” de los elegidos para estar en el salón de la fama.
Los años fueron pasando para Tomasito. Cambió de club, pasó al Club “Treinta y tres” y si bien cambió de casaca, no de amigos, porque estos eran algo así como sus “hermanos de la vida”. Sumó más amistades y admiradores, de variadas tiendas, a los cuales también ayudaba y por lo tanto, estos quedaban en deuda.
Un buen día colgó los botines y asumió en la comisión directiva como estrecho colaborador del presidente que, dada su avanzada edad, cada vez aparecía menos en las reuniones presenciales y enviaba a Tomasito a representarlo en calidad de secretario personal y con total confianza en las resoluciones y decisiones que este tomara en cada sesión.
—No duden, firmaré cada acta que me traiga sin mirarla, ya que es hombre de absoluta confianza —decía don Barón con la firmeza que lo caracterizaba.
Tomasito dejó los pantalones cortos para enfundarse en un traje italiano de hermoso corte y usar aromados perfumes romanos, ya que los franceses no eran de su agrado.
Reitero… yo lo vi, no me lo contaron. Lo vi crecer, desarrollarse, hacerse del poder, estar detrás del poder, tener secretarias que lo asesoraran y le organizaran la agenda.
Pero la habilidad de Tomasito siempre se mantuvo. Yo lo vi dejar a los periodistas como postes, amagando de aquí para allá, eludiendo camarógrafos, dribleando micrófonos, pasando columnas de cronistas, por derecha e izquierda, sin secretaria, llevando su abultada agenda en una valija con rueditas con una magistral condición física.
Todo por mantener el bajo perfil.
Cómo te envidian Tomasito…
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