Quienes leen esta columna estarán acostumbrados a encontrar desde citas de autores clásicos, a reflexiones y argumentos más o menos elaborados. Hoy, en nombre del realismo filosófico que procuro transmitir, le daré la palabra a un humilde paisano de nuestra campaña, ante quien me saco el sombrero por su sensatez. Su sencilla y llana sabiduría supera ampliamente la de muchos doctores… incluso la de ciertos políticos que tienen en sus manos la legislación y/o la puesta en práctica de políticas públicas en materia de trabajo infantil.
No conozco casi nada de este hombre. Solo vi su discurso en Tik tok. Un discurso repleto del más elemental sentido común, no contaminado por ideologías, ni por compromisos políticos, ni por la corrección política imperante. Me tomé la libertad de extraer lo importante, cambiando algún término o forma de expresión para facilitar su lectura. Pero la esencia del mensaje se mantiene:
“Estaba mirando —dice el paisano— unos relajos que se armaron por el tema del trabajo infantil. Hace varios años, un gobierno se empeñó en quitarle la autoridad a los padres y a los maestros. Los niños quedaron medio endebles ahí… (Ahora) cualquier jovencito le dice cualquier estupidez a la maestra o a los padres; les pegan, salen a la hora que quieren… Hasta que caen en la droga… Cuando caen en la droga, el Estado, pssst… se borra; la ley, pssst… se borra. Y manejate… Los padres padecen, gastan lo que no tienen, todo el sufrimiento que eso implica”.
“Nadie está de acuerdo con el trabajo infantil —aclara— Se sabe. Nadie está de acuerdo con la explotación laboral en general, desde los animales hasta la gente. Pero no tiene nada de malo que un chiquilín ayude a hacer las tareas de las casas”.
“Además, mientras los chiquilines jóvenes aprenden en la casa y cuentan con la paciencia del padre o de la madre, no tienen que salir el día de mañana con 18 o 20 años a que cualquier encargado los pase por arriba porque no saben hacer nada. Yo tengo 32 años. Estoy seguro que toda la gente que tiene de 30 para arriba se crio ayudando a los padres. Y cuando salieron a trabajar, ya sabían hacer cosas. No tiene nada de malo”.
“Obviamente que no lo vas a tener 14 horas al sol atado de una pata. No, obvio. Pero que aprenda a hacer las cosas no tiene nada de malo. Si vos como padre sos albañil, no tiene nada de malo que tu hijo aprenda el oficio. No lo vas a poner a levantar un edificio, pero que al menos el pibe mañana con 18 años salga y sepa agarrar una cuchara porque el papá le enseñó”.
“A mí me ha tocado trabajar con gente que tiene 18 o 20 años, son padres de familia y no saben hacer nada. Ni siquiera tienen la responsabilidad de saber levantarse de mañana. ¿Y eso por qué? Porque les quitaron la autoridad a los padres, le quitaron autoridad a las maestras, no les enseñaron a hacer nada porque: “Ay, cuidado, la ley no deja…”.
Hasta ahí la cita. El discurso de este buen hombre, me recordó mi adolescencia. A los 15 años, le dije a mi padre que quería trabajar durante el verano en el campo experimental de la tabacalera en la que él trabajaba. Quería ganarme mi propio dinero. Entré como peón. Me levantaba a las 4:45 de la mañana, iba hasta el punto donde un técnico de la empresa me levantaba y a las 7:00 empezaba a trabajar, hasta las 12:00. Tras una hora de descanso, volvía al trabajo hasta las 16:00. Llegaba a casa rendido alrededor de 17:30.
Lo pasé muy bien, a pesar de que el trabajo —cosecha de tabaco incluida— era bastante duro. La principal enseñanza que saqué de ese trabajo fue que si desaprovechaba la oportunidad de estudiar que me daban mis padres, me vería obligado a trabajar en condiciones parecidas toda mi vida, por un salario relativamente bajo. Aprendí el valor del dinero. El ingeniero recorría el campo en camioneta y ¡ganaba mucho más!… Fue una gran lección de vida, que hasta hoy agradezco.
Ciertamente, los dichos del intendente Pablo Caram —”es mucho mejor ver un gurí trabajando a que ande con un celular”— fueron desafortunados, porque se prestaron a malos entendidos. Pero si distinguimos “trabajo infantil” –que es una cosa—, de “ayuda del niño en el hogar” o “aprendizaje de tareas y habilidades básicas” —que es otra—, concluiremos que, para un niño, acompañar a su padre a arrear un ganado o a bañar unas ovejas —clásicas tareas rurales de solidaridad familiar— es muchísimo mejor que perder el tiempo jugando con un celular.
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