Las fábricas de armamento ambicionan nuevos mercados y fábricas. Las grandes empresas constructoras anhelan con reconstruir ciudades, centrales energéticas, líneas de transmisión, aeropuertos, etc. Think-tanks y consultoras asesoran a los países occidentales en una vasta cantidad de temas que se relacionan al conflicto en Ucrania, desde la definición de la agenda de seguridad hasta la planificación de cómo se van a gastar los al menos US$ 500 mil millones que costará la reconstrucción del país. Pero para todo esto –que hoy no son más que planes de negocios que se ocultan bajo múltiples disfraces–, primero es necesario destruir. Quizás es por ello que cualquiera que se anime a expresar públicamente sus dudas acerca de la sensatez de seguir expandiendo el conflicto, se encuentra rápidamente descartado como operador de Rusia, un loco conspiracionista o un Chamberlain moderno.
En efecto, la vocera del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos dijo la semana pasada que, ante la resistencia de Putin a terminar la guerra, “lo mejor que podemos hacer es continuar ayudando a Ucrania a tener éxito en el campo de batalla para que pueda estar en la posición más sólida posible en la mesa de negociaciones para cuando llegue ese momento”. Pero en el teatro de operaciones, la realidad no demuestra ninguna posibilidad de que Rusia se retire incondicionalmente de Ucrania. Daría la impresión entonces que el curso de acción apropiado pasaría por establecer una mesa de negociaciones que apunte a terminar el conflicto, no seguir armando a Ucrania en una guerra donde no es posible que surja un claro ganador. Es como si Occidente no hubiera aprendido las lecciones de haber armado al fallido –y corrupto– Ejército de la República de Vietnam (ARVN, por sus siglas en inglés). ¿Existe alguien preocupado en cómo construir una posible paz?
Lo cierto es que resulta muy difícil no distinguir el tremendo problema de agencia que implica esta magnífica coalición belicista que se ha armado en torno al conflicto en Ucrania, y que nos trae a la memora la famosa advertencia de Dwight Eisenhower sobre el creciente poder del complejo “militar-industrial”, a quien temía seguramente más que a la “amenaza roja”. A esta última le había conocido su doctrina durante la Segunda Guerra Mundial; pero la primera era más difícil de escrutar, ya que operaba más difusamente desde la opacidad de escritorios, asociaciones empresariales y medios al servicio de sus intereses.
Afortunadamente, son varias las voces en Estados Unidos que hacen un llamado a la sensatez. Quizás el más conspicuo de ellos sea John Mearsheimer, el reconocido politólogo, catedrático de relaciones internacionales en la Universidad de Chicago, y un intelectual que nadie se atrevería a calificar de “blando” o “agente de los rojos”. En efecto, Mearsheimer viene explicando con meridiana claridad desde hace más de una década la previsible reacción de Putin ante lo que él considera constituye una ostensible provocación de OTAN al intentar expandir sus fronteras hasta el borde mismo de Rusia. Scott Ritter, un retirado del Marine Corps y veterano de la primera Guerra de Irak es más directo, inquiriendo públicamente a sus conciudadanos cómo es que reaccionarían si Putin les hubiera amasado un ejército del otro lado de la frontera con México.
Durante una conferencia que el economista Jeffrey Sachs ofreció hace un par de semanas en la Universidad de Oxford bajo el título “Geopolítica de la paz en un mundo postoccidental”, hizo un llamado de atención sobre esos “discursos informales en las páginas editoriales de nuestros medios” que llaman a Estados Unidos a prepararse para una guerra con China en 2025, y otras peligrosas ideas similares. “Las personas que las escriben no piensan con claridad, o no están bien informadas, o son totalmente irresponsables. No podemos permitirnos una continuación de la guerra actual y Dios no lo permita, no podemos permitirnos una guerra entre EE.UU. y China”, expresó el profesor de la Universidad de Columbia. Sachs, insospechado de ser un promotor de los intereses de Rusia, no es un politólogo, pero como economista del desarrollo forjado en la praxis en el mundo subdesarrollado, nos ofrece una visión muy valiosa y oportuna del problema al que se enfrenta el mundo entero.
Quizás en comparación con el coro de voces que reclama una “escalada” previa como forma de forzar negociaciones de paz, estas opiniones puedan pasar más desapercibidas. Pero esto no debería significar que aquellos que se esfuerzan en procura de una paz bajen los brazos. Cuanto más se intente enmarcar el conflicto como una contienda de principios, más difícil va a resultar concluirlo ya que en ese caso la única vía posible pasaría por una rendición incondicional de alguna de las partes. Por lo que se puede observar en los teatros de operaciones militar y económico, esto es hoy altamente improbable. No hay que temer a la búsqueda de la paz, mucho menos apuntar contra la neutralidad como una forma de aprobación implícita de la invasión a Ucrania.
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