Ahí está Alejandra, derramando lágrimas sin emitir sonido, acariciando el cajón con los restos de su hijo Raúl. 38 años tenía, veinticuatro de ellos consumiendo.
El primer porro se lo regalo un amigo, justo después de la segunda cerveza, tenía catorce recién cumplidos. Alejandra hacía doble horario como enfermera en Salud Pública y en una mutualista privada para darles lo mejor a sus tres hijos.
Todo fue en picada desde aquel porro. Bajaron las calificaciones, aumentaron las faltas al liceo.
Otro amigo le regaló la primera línea de cocaína. Y otra tras otra se llevó el poco dinero que Alejandra le daba para sus gastos.
El cuerpo a Raúl se acostumbró y le pedía mas droga, así cayó en la pasta base, más barata y pegaba bien fuerte. En tres meses, le habían robado dos veces el celular, los championes y la campera que su mamá pudo comprarle en su cumpleaños. Cuando se dio cuenta, Alejandra se quería morir. Pero hizo de todo, sí, de todo para tratar de sacarlo, internación tras internación, horas hablándole, golpeando puertas en Salud Pública, pidió ayuda a sus compañeros médicos.
Golpeó todos los despachos del Poder Legislativo. Pero nada… nadie le ofreció una solución real de rehabilitación. Llegó a cerrarle la puerta de su casa. Ya cansada que le vendiera todo, su ropa, su colchón, el de sus otros hijos, todo por una maldita lágrima de pasta base. Veinticuatro años se fueron en esa lucha, cada día sufriendo por su hijo.
Debía tres mil pesos y en la boca le dijeron: “No aparezcas por el barrio sin la plata”. Pero su cabeza ya había cortado la conexión con el miedo, con el amor, con la razón, solo obedecía a ese grito interior de “Quiero más droga”.
Fue el jueves a las 23:00, andaba por el barrio de rastrillo. Una moto, con dos flacos con cascos que le dejaron tres agujeros en el medio de su pecho.
A este final la JND le llama reducción de daños, único método de tratar adictos que promueve.
Todos miran para el costado, Raúl fue noticia un minuto y medio en la televisión y pasó al olvido. La Policía no investigará demasiado, nadie de la JND dirá que fue un enfermo asesinado por la ineficiencia de sus políticas. Será un ajuste de cuentas en la estadística.
¿Hasta cuándo enterraremos hijos? ¿Hasta cuándo soportaremos una JND, que se auto miente con cifras que ellos mismos encuestan? ¿Cuándo se convocará a una mesa nacional de todos los involucrados para evaluar y rearmar las políticas contra la adicción a drogas cada vez más pesadas?
¿Cuándo Presidencia de la Republica pedirá la renuncia del más ineficiente organismo del Estado en sus cinco años de gobierno, la JND?
Hay queda una Alejandra más, sin lágrimas y con paz, con una muy amarga paz con la que tendrá que vivir el resto de su vida.
Pablo Delfino
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