La pandemia ha evolucionado de forma preocupante en las últimas semanas. Si bien es una situación que se encontraba dentro del rango de posibilidades, hay que admitir que nos ha tomado un poco por sorpresa. Durante meses las autoridades buscaron soluciones para preservar la salud de la población sin necesidad de que se implementen medidas extremas. Y así nuestro gobierno se ganó el reconocimiento del mundo entero.
A pesar de lo preocupante que resulta esta segunda ola, la experiencia acumulada desde marzo nos deja mejor preparados para enfrentarla. Como suele ocurrir cuando surge una adversidad, no falta algún oportunista que busque atribuir responsabilidades donde no las hay, tratando de provocar zozobra en la opinión pública. Sin dudas lo último que necesitábamos en este delicado momento. Sin embargo, existen señales de optimismo en este frente.
La reunión que mantuvieron ayer el presidente y la intendente de Montevideo permite albergar las esperanzas de unidad ante la adversidad que enfrentamos. Las imágenes del Dr. Alvaro Delgado y la Ing. Carolina Cosse durante la conferencia de prensa posterior proyectó una refrescante imagen de unidad entre el gobierno nacional y el departamental. Como bien expresaba Ortega y Gasset, es la falta de un proyecto común lo que termina embarcando a las naciones en procesos autodestructivos.
El eventual arribo de la vacuna actúa en ese sentido como un gran factor de coordinación de expectativas y voluntades. Tenemos hoy la convicción de que en cuestión de meses podremos inmunizarnos y con ello se reducen las tensiones en el sistema de salud y la población en general. Tenemos una meta concreta hacia la cual fijar la mira, y albergamos la esperanza tangible que nuestra vida social regrese en un tiempo razonable a la “normalidad”.
Este manejo de las expectativas en lo que respecta a la salud arroja lecciones relevantes para el manejo de la economía. Keynes acuñó en su Teoría General el concepto de los “espíritus animales”, precisamente para referirse al efecto que el factor emocional del ser humano produce sobre los fenómenos económicos, algo virtualmente imposible de modelizar.
Europa comprende bien este fenómeno, ya que sufrió en carne y territorio propios las consecuencias de la Gran Depresión. Es por ello que los paquetes de estímulo económico van dirigidos a objetivos concretos y ambiciosos al mismo tiempo, los cuales permiten a la población soñar con un futuro mejor. Esto ofrece un desahogo que no solo nos concede la posibilidad de transitar mejor el presente, sino que le pone un límite de tiempo al período de vacas flacas.
Es revelador que el plan de recuperación europeo lleve un título tan rimbombante como “Next Generation EU” (Europa Nueva Generación). El programa implica la constitución de un fondo de EUR 750 mil millones para apoyar a los países de la Unión Europea afectados por la pandemia. Pero más importante que el monto es el objetivo y el mensaje. “El plan de recuperación convierte el enorme desafío al que nos enfrentamos en una oportunidad, no solo mediante su apoyo a la recuperación sino también invirtiendo en nuestro futuro: el Pacto Verde Europeo y la digitalización darán impulso al empleo y el crecimiento, a la resiliencia de nuestras sociedades y a la salud de nuestro medio ambiente. Este es el momento de Europa. Nuestra voluntad de actuar debe estar a la altura de los retos a los que todos estamos haciendo frente. Con Next Generation EU, les damos una respuesta ambiciosa”, declaró la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al anunciar el programa en mayo pasado. Europa ingresó en la pandemia con el motor a combustión interna y saldrá de ella con la infraestructura necesaria para el transporte eléctrico.
América Latina no es Europa, ni Uruguay es Bélgica o Suiza. Tenemos limitaciones de tipo industrial y financiero que no nos permiten trazarnos objetivos tan ambiciosos. Pero claramente resulta muy difícil mantener alineada a la ciudadanía en esta particular coyuntura detrás de objetivos como la reducción del déficit fiscal, el mantenimiento de la calificación de Fitch o la baja de la inflación. ¿Por qué no tenemos también una meta en términos de generación de empleo? ¿O de desarrollo del sector privado?
El sector privado –que ya venía debilitado por años de políticas equivocadas- es el que sufre el mayor impacto por la pandemia. Claramente no se encuentra en condiciones de esperar por un tiempo indefinido a que el Estado se ajuste. Necesita señales claras del tipo de economía que queremos tener luego de terminada la pandemia para poder alinear los recursos económicos y organizacionales necesarios. ¿Vamos hacia una economía de empresas grandes que capturan exenciones fiscales y generan relativamente poco empleo? ¿O vamos a apuntar a fortalecer las pymes, ofreciéndoles estímulos para que desarrollen su actividad y generen los tan ansiados empleos? ¿Vamos a fomentar la libre competencia o vamos a seguir tolerando prácticas de tipo oligopólicas que paga la población todos los días?
A esta altura es fundamental transmitir a la ciudadanía hacia dónde vamos en términos económicos. Solo con una unidad de destino manifiesta vamos a poder coordinar los esfuerzos hacia una economía vibrante con capacidad de generar trabajo. De lo contrario, luego de la pandemia volveremos a ver nuevamente los vuelos de ida que transportan a nuestra juventud hacia tierras más fértiles.
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