El 8 de junio de 1978, el escritor e historiador ruso, Aleksandr Solzhenitsyn, realizó un histórico discurso en la Universidad de Harvard titulado “Un mundo dividido en pedazos”. Su participación concitó una gran expectativa en la comunidad universitaria y política de los Estados Unidos. Ocho años antes, el escritor había sido reconocido con el Premio Nobel de Literatura.
Exiliado de la Unión Soviética, realizó una fuerte denuncia del trabajo forzado que se realizaba en los gulags. Esos antecedentes hicieron presuponer que su oratoria estaría centrada en la condena al sistema comunista, pero ya con algunos años viviendo en Occidente apuntó a reflexionar sobre las señales alarmantes y peligrosas que percibía de la evolución del Estado de Bienestar. El mismo Solzhenitsyn reconoció que su secretaria intentó persuadirlo de no hacerlo o al menos suavizar algunos de sus conceptos, pero no accedió a hacerlo.
Lejos de caer en una visión binaria y simplificada del mundo, el historiador ruso advirtió que la “división es mucho más profunda y más alienante”. Desde el inicio de su exposición salió de un análisis acotado a las dos grandes potencias del momento e hizo referencia al Tercer Mundo y a la existencia de un número mayor de antiguas culturas autónomas “llenas de acertijos y sorpresas para el pensamiento Occidental” que todavía estaba demasiado lejos para ser visto. Mencionó en esa categoría a China, a India, al mundo musulmán y a África, entendidas como unidades compactas. De algún modo también incluyó a Rusia que estaba “cautiva” del comunismo. Una aproximación a lo que hoy el papa Francisco llama “mundo poliédrico”.
Una de las frases de Solzhenitsyn tiene absoluta correspondencia con un discurso neocolonial que sigue repitiéndose desde América Latina: “Existe la creencia de que todos aquellos otros mundos están solo siendo temporalmente impedidos por débiles gobiernos o por fuertes crisis, o por su propia barbarie o incomprensión para tomar la vía de las democracias pluralistas Occidentales y adoptar su forma de vida. Los países son evaluados y juzgados según el incremento de su progreso en esta dirección. Sin embargo, esta concepción es el fruto de la incomprensión occidental de la esencia de los otros mundos”.
Si estará vigente esta idea, que se siguen consumiendo una y otra vez famosos índices de democracia y de libertad, que marcan con los colores del semáforo aquellos que aprendieron y los que no a gobernarse. ¿Tendrán algo para decir frente al caos que se desencadenó en los centros de poder del mundo?
Decía el escritor ruso que la “merma del coraje” podía ser la característica más sobresaliente que veía en Occidente en aquellos días, un “descenso de la valentía” que se notaba “particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad”.
¡Cuánto se precisa hoy de coraje para ir contra la corrección política que corroe el mundo de las universidades y desnaturaliza el rol de los representantes de la ciudadanía!
Con gran intuición, Solzhenitsyn anticipó el proceso de una posmodernidad nihilista. “El constante deseo de poseer cada vez más cosas y un nivel de vida cada vez más alto, con la obsesión que esto implica, ha impreso en muchos rostros occidentales rasgos de ansiedad y hasta de depresión, aunque sea habitual ocultar cuidadosamente estos sentimientos”, afirmó. Visto desde el presente, solo desde ese punto de partida puede darse un debate profundo y constructivo acerca de cómo combatir la violencia que a distintos niveles desgarra cotidianamente.
En un mundo convulsionado, vale recordar la apreciación del historiador ruso: “La defensa de los derechos individuales ha alcanzado tales extremos que deja a la sociedad totalmente indefensa contra ciertos individuos. Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos sino las obligaciones humanas”. Podría decirse que lo primero (la defensa de los derechos humanos) no solo no se contrapone sino que se apoya en lo segundo (la observación de las obligaciones). Más que nunca en este tiempo importa la existencia y relevancia de los cuerpos intermedios de la sociedad, los que legítimamente representan a los distintos sectores de la población para conducir un diálogo pacífico y ordenado sobre todo en los momentos de mayor tensión.
También la realidad de la prensa y el trabajo de los periodistas fue motivo de reflexión del escritor ruso. En un fragmento de su discurso consideró que “no existe una auténtica responsabilidad moral por la distorsión o la desproporción” en el trabajo de muchos comunicadores, tentados por las presunciones, los rumores y la información instantánea.
Para Solzhenitsyn, “la prensa se ha convertido en el mayor poder dentro de los países occidentales, excediendo el de las legislaturas, los ejecutivos y los judiciales” y se preguntaba “¿en virtud de qué norma ha sido elegida y ante quién es responsable?”. Podríamos agregar, ¿por qué muchos periodistas han adquirido el hábito de realizar interrogatorios en lugar de entrevistas? ¿de expresar su aprobación o desaprobación frente a cada cosa que dice su interlocutor?
A 42 años de aquel discurso, vale la pena tomar coraje para enfrentar con seriedad muchos de los planteos que hoy resuenan en medio de un mar de consignas vacías.
TE PUEDE INTERESAR: