Más allá de la brutal injusticia que significa matar a un ser humano inocente e inerme en el vientre de su madre, la legalización del aborto produjo en nuestra sociedad, un gravísimo daño cultural. Porque uno de los fines de la ley humana -sea o no reflejo de la ley natural-, es indicarle al ciudadano, qué está bien y que está mal. En nuestro caso, la ley de aborto indica –contra toda lógica- que el aborto está bien. Y que el padre y la madre de un niño concebido involuntariamente, pueden, al amparo de la ley, no hacerse responsables de sus actos. La ley de aborto ha institucionalizado la ruptura entre libertad y responsabilidad. Y esta ruptura ha impregnado la cultura.
La Real Academia Española, define la libertad como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” Es significativo que el hecho de que la definición incluya una referencia directa a la responsabilidad. Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica completa esta definición diciendo que “la libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad.” Y más adelante agrega: “En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre.”
En síntesis, la auténtica libertad, es aquella que acerca al hombre al bien y a la verdad, aquella que le permite crecer y madurar. Un hombre maduro, se hace responsable de sus actos. La libertad bien entendida y bien vivida, contribuye por tanto, a que el hombre pueda hacer de su hogar, de su barrio, de su país y del mundo entero, un mejor lugar para vivir. Por el contrario, cuando la “libertad” se desliga de la responsabilidad, cuando se convierte en una especie de patente de corso para actuar como a cada uno le parece, según su estado de ánimo o su conveniencia, el hombre corre serio riesgo de alejarse del bien y la verdad, de actuar en contra de lo que conviene a su naturaleza. En lugar de hacerse más libre, más maduro, más hombre, el hombre irresponsable se esclaviza a sí mismo, y esclaviza a los demás.
Se suele decir –y es cierto- que “la libertad es libre”. Pero cuando es auténtica, también -y sobretodo- es responsable. En un partido de fútbol, los jugadores pueden hacer pases, moñas, y goles de mil formas distintas, pero la cancha y lo que se puede hacer en ella, tienen unos límites: hay reglas que se deben respetar. Quien las viola, debe responder ante el juez. Es cierto que –ya fuera del estadio- hay muchas cosas que son opinables y que se pueden ver lícitamente de formas muy distintas. Pero conviene no olvidar que mentir o tergiversar –o permitir que se mienta o se tergiverse- es de algún modo, olvidar la indisoluble relación entre libertad y responsabilidad. En nuestros días, quizá no se ve tan clara la relación de la verdad con la libertad, como la relación –más evidente- entre mentira e irresponsabilidad.
Lo que a veces no queda claro, es si en realidad no se percibe la relación entre libertad y responsabilidad, o si sólo se ve cuando conviene. Por ejemplo, si un legislador de un partido político “X”, hace un comentario fuera de lugar, en seguida los medios asumen que: a) el diputado representa exactamente el pensamiento del partido; y b) que el responsable último de los dichos del diputado, es el líder del partido “X”… Paradójicamente, si un periodista de un medio de comunicación “Z” dice o escribe en una nota, un disparate igual o peor que el del legislador, al responsable último del medio “Z”, le basta ampararse en la libertad de expresión de su empleado, para evadir la responsabilidad que evidentemente tiene por lo que éste informó –o desinformó-. Eso, en criollo fino, se llama “sacarle el brazo a la jeringa”.
Si de verdad queremos construir una sociedad más justa y más fraterna, deberíamos evitar a toda costa, el divorcio entre libertad y responsabilidad. Son términos unidos en “matrimonio indisoluble”, como el de un hombre y una mujer que no pueden vivir el uno sin el otro. Deberíamos procurar fortalecer esa unión en cada uno de nuestros actos. Empezando por quien suscribe -que no está libre de pecado-, es necesario recordar una y otra vez que mi libertad, no sólo termina donde empieza la libertad de mi prójimo: mi libertad termina, ante todo, donde empieza mi responsabilidad.