Las lluvias de los últimos días han traído alivio a miles de productores afectados por la peor sequía en los últimos treinta años. Aunque todavía estemos lejos de corregir el déficit hídrico, ya sabemos que sus consecuencias sacudirán toda la estructura socioeconómica de la Nación. En efecto, y como para que no quede ninguna duda al respecto, el ministro de Ganadería, Fernando Mattos, afirmó en los últimos días que las pérdidas incurridas serán superiores a todas las anteriores sumadas durante tres décadas.
Una vez acabado el episodio, seguramente empezarán a aparecer las varias dependencias del Estado especializados en la academia forense, produciendo estériles análisis que nos explicarán con lujo de detalle lo ocurrido, con sus causas y consecuencias. Y según el pelaje del “científico” de turno, atribuyendo las responsabilidades del otro lado del muro. Mientras tanto, desde el sistema político se reclamará por “políticas de Estado” –como si llegar a grandes acuerdos no fuera su cometido principal–, mientras discutimos a favor o en contra de un artista u otro en un show citadino.
Pero como dicen nuestros hermanos brasileños, esta actitud “no adianta”. Desde La Mañana creemos que toda nuestra atención y energías hoy deben estar concentradas en cómo sacamos de esta tormenta a los productores afectados de la forma más eficaz posible. Y hablamos de eficacia porque hoy lo que debemos priorizar es el logro del objetivo y no necesariamente la eficiencia con lo que se hace. Concretamente, en una emergencia se hace lo que se puede con los recursos disponibles. Y el objetivo debería ser minimizar la pérdida de productores y la inevitable consecuencia de transformar familias rurales en moradores de la periferia de Montevideo, sujetos al asistencialismo estatal. ¿Existe alguna medida mejor de solvencia fiscal a largo plazo que reducir la dependencia de los ciudadanos del Estado? ¿Dónde está la verdadera libertad de estas familias?
Son muchas las cosas que podemos hacer para evitar un desenlace trágico para estos ciudadanos. Tanto el MGAP como el BROU han aprobado con rapidez toda una batería de medidas destinadas a asistir a los productores afectados por la emergencia. Pero tras años de centralización de la burocracia estatal en Montevideo, los organismos que están en la primera línea enfrentan limitantes en su despliegue territorial, lo que enlentece el arribo de las soluciones. Una alternativa para hacer frente al problema sería que estos organismos organizaran una rápida movilización por noventa días de recursos humanos para asistir directamente a los productores, dejando a un costado por un tiempo las múltiples tareas burocráticas que deben realizar para satisfacer los requerimientos de sus reguladores, como ser la OPP y el BCU. Sin ir más lejos, esta fue una de las primeras medidas que se tomaron en Estados Unidos cuando se declaró la pandemia, facilitando a los bancos dirigir todos sus recursos al otorgamiento de crédito y, en forma más general, estar más cerca de los ciudadanos y las empresas. Por aquello de mantener los motores encendidos…
Es también en este contexto que el senador Manini Ríos se refirió la semana pasada a los controles de precios. Claramente no estaba planteando un retorno a la época de la COPRIN, pero sí una forma de poner el freno a los múltiples abusos de precios en la importación de algunos productos. Porque de poca ayuda sería que el BROU extendiera préstamos para la compra de raciones si los productores deben necesariamente enfrentarse a “mercados” que en estas circunstancias extremas pasan a funcionar como el de la pasta de dientes importada. Lejos de ayudar a los productores, el Estado estaría contribuyendo a ponerles una soga alrededor del cuello. La misma discusión que se viene manteniendo desde hace ya tres años en torno a los precios de frontera se traslada ahora a la importación de insumos agropecuarios. ¿Podemos descartar tan fácilmente la posibilidad de que el Estado mantenga stocks estratégicos de ración y fertilizantes, por citar solo dos ejemplos puntuales? ¿O para ello debemos solicitarle autorización a algún poder extranjero?
Con una cosecha desastrosa de maíz y soja, la agricultura se enfrenta a la incertidumbre sobre cómo afrontar la siembra de los cultivos de invierno. Los desafíos en ese sentido son múltiples. Hasta la semana pasada se observaba un importante retraso del BSE en las inspecciones de cultivos, lo que no permite a los agricultores enfardar lo que queda y empezar a preparar la tierra para el próximo cultivo. El BROU y el MGAP ya están planificando su respuesta ante el desafío, y probablemente tengamos noticias en pocos días. Pero como siempre, el problema se va a presentar en los eslabones más débiles de la cadena, específicamente en el sistema cooperativo que arrastra deudas del pasado, situación a la que recientemente se agregó el concurso de Central Lanera.
Para evitar un nuevo impulso a la concentración de la actividad agropecuaria, será necesario articular medidas estructurales que permitan volver a la solvencia a un sistema emblemático en el desarrollo económico y social de nuestro medio rural. Seguramente desde Colonia y Paraguay se argumentará que desde el FMI nos advierten de la importancia de mantener el déficit bajo control. Pero también es cierto que desde filas de Cabildo Abierto se viene reclamando reducir subsidios a supermercados, shoppings y zonas francas. En efecto, sólo con el monto del subsidio que hace año y poco se le otorgó a un único supermercado –COMAP mediante–, se podría recapitalizar a todo el sistema cooperativo. Pero claramente las prioridades son otras.
Llegó el momento de poner las barbas en remojo. De lo contrario, miremos lo que le ocurrió a la Reserva Federal de San Francisco, que estaba ocupada promoviendo la agenda 2030 de cambio climático y género, mientras bajo sus narices se les fundía el Silicon Valley Bank, arriesgando en el proceso la estabilidad del sistema financiero global. Llegó el momento de tomarse las cosas en serio y seguir la única agenda que nos importa: la nacional. No hay más margen para frivolidades ni tiempo para perder con disquisiciones teóricas ni planes intergalácticos. Hay que actuar en el aquí y el ahora.
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