En la tarde del miércoles 13 de marzo de 2013, cuando la fumata blanca del Vaticano anunciaba la elección de un nuevo papa, después de la histórica e inédita renuncia del papa Benedicto XVI, muy pocos podían predecir que el nuevo pontífice era un hombre del sur, de América del Sur, ese continente postergado en el panorama geopolítico mundial. Un papa venido de una geografía no hegemónica.
Fue un suceso insólito para algunas mentalidades eclesiales y no eclesiales del norte, pues la tradición de papas europeos pesaba mucho en la designación de un nuevo papa.
Sorpresa, alegría, desconcierto y también rechazo eran las múltiples sensaciones que venían de tan diferentes lugares.
En el horizonte de Roma, en la Cátedra de San Pedro, aparecía un papa latinoamericano, un papa argentino. Era el cardenal de Buenos Aires, un tal Jorge Mario Bergoglio. Muchas agencias internacionales tuvieron que salir presurosas a buscar una biografía de este “desconocido” de la publicidad internacional.
El cónclave cardenalicio, de forma inesperada, había elegido un cardenal de setenta y seis años a punto de retirarse y con planes para vivir en sus próximos años en forma discreta, ejerciendo su sacerdocio en las zonas humildes del Gran Buenos Aires.
Fue una gran sorpresa su elección, incluso para él mismo. Se puede decir que la resolución lo desconcertó en el primer momento.
Mirando desde el hoy aquellos acontecimientos y visualizando la vida del padre Bergoglio en toda su historia, podríamos citar un pasaje del evangelio donde Jesús sentencia claramente lo inesperado de un llamado superior:
“En verdad, cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas donde querías. Pero, cuando llegues a viejo, abrirás los brazos y otro te amarrará la cintura y te llevará donde no quieras”. JUAN 21, 18 – 19.
La historia aparece con sus sorpresas y Dios que desconcierta con sus decisiones. Con el papa Francisco se hace visible una teología del sur, una fresca y renovada manera de vivir la evangelización del mundo contemporáneo, de abrir la Iglesia hacia todas las culturas y geografías del mundo.
Contexto histórico de su elección
La renuncia de Benedicto XVI fue un golpe eléctrico para la Iglesia, en una de sus horas más opacas en cuanto a la transparencia institucional y el vigor apostólico. El pontificado del papa alemán, uno de los grandes doctores de la Iglesia del siglo XX, fue de doble vertiente: primero, de un gran magisterio de doctrina en sus encíclicas y, segundo, una gran crisis producto de una cierta inercia de la curia vaticana, el mal uso de las finanzas y el gravísimo problema de los abusos sexuales a menores por parte de religiosos.
El papa se vio desbordado por las circunstancias históricas. Estaba muy anciano y falto de fuerzas, y en acto de gran humildad aceptó que no podía seguir en el servicio petrino a la Iglesia, y presentó su renuncia. Días más tarde, en un fuerte discurso, dijo que la Iglesia tenía una profunda crisis de hipocresía en muchos de sus miembros.
La Iglesia del hemisferio norte en el 2013, sobre todo en Europa, ya no era una Iglesia fuente, la creadora universal de la fe católica. La Iglesia europea se encontraba en un estado de parálisis existencial, sólo viéndose a sí misma con un miedo exagerado a lo que percibía como amenaza. La autorreferencialidad es uno de los grandes pecados de esta época.
La indiferencia religiosa domina las grandes ciudades contemporáneas.
La Iglesia católica tenía que asumir un mundo donde los valores cristianos no son hegemónicos. Vivíamos y vivimos una cultura dominada por lo provisional. Ese era, aproximadamente, el panorama en el año 2013.
El cónclave post Benedicto debía elegir un nuevo papa. Muchos eran los desafíos y muchas eran las preguntas. ¿Cuáles serían los perfiles del nuevo papa para las exigencias del momento histórico? ¿Este no sería el momento de escuchar los vientos del sur?
En una de sus horas más críticas, la Iglesia católica eligió un papa latinoamericano.
El discurso de Bergoglio
El historiador inglés Austen Ivereigh, escribió una obra magistral sobre el papa argentino que se llama “El gran reformador”, y rescata un discurso de Bergoglio en el cónclave que lo eligió papa. Un discurso que sale de apuntes escritos en el mismo cónclave y que el cardenal Ortega, de Cuba, le pidió para quedarse con ellos y que posteriormente publicara en la página web de la diócesis de La Habana.
Transcribimos textualmente del libro de Ivereigh, para conocer la sensibilidad y el pensamiento del papa Bergoglio:
“Se hizo referencia a la evangelización. Es la razón de ser de la Iglesia. La dulce y confortadora alegría de evangelizar (Pablo VI). Es el mismo Jesucristo quien, desde dentro nos impulsa. Evangelizar supone celo apostólico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresía (el coraje apostólico) de salir de sí misma.
La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria. Cuando la Iglesia no lo hace deviene autorreferencial y entonces se enferma.
Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente, el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”. (págs. 476 – 477).
En este discurso en el cónclave, el futuro papa Francisco lanzaba su programa de vida y la Iglesia que él deseaba. Aquí aparecen palabras y conceptos claves de su papado como supremo pastor de la Iglesia: “narcisismo teológico y espiritual”, “autorreferencialidad”, “periferias existenciales”, “el coraje evangelizador”.
Ante un tiempo convulso pretendía una Iglesia abierta a la vida y a todas las culturas, y no una Iglesia de sacristía, movida por el temor y la desconfianza, aferrada a sus estructuras de poder.
Una Iglesia como un hospital de campaña, dijo ya como papa, que recoja a todos los dolidos al costado del camino. Una Iglesia samaritana, orante y profética.
Este sacerdote del sur llegaba al centro romano para reformar a la Iglesia con la única convicción: orientar una Iglesia para todos y principalmente servir a la dignidad de los más abandonados de la Tierra.
Algunos apuntes reflexivos
Hoy a diez años de la elección del papa Francisco, mucha tinta ha corrido en desmedro de su persona. Grandes intereses de los grandes medios de comunicación han ignorado olímpicamente todos los pasos que ha dado el papa en África, el Congo y Sudán del sur, en febrero último, y el gesto removedor de clamar “basta de explotar, saquear y humillar al África negra”.
Se lo acusa de generar en la Iglesia una espiritualidad del “pobrismo”, por reiterar más de una vez que el papa quiere una Iglesia abierta e inclusiva hacia los pobres del mundo. Tal vez estos críticos, que también están dentro de la Iglesia, quisieran una “espiritualidad” de la abundancia, del poseer sin medida y ven a este papa como un enemigo que lesiona sus intereses.
En el año 2019 salió un libro firmado por un periodista argentino llamado Aldo Duzdevich con un título muy sugerente: “Salvados por Francisco”. Con un subtítulo muy esclarecedor: “Cómo el joven sacerdote Bergoglio ayudó a decenas de personas a escapar de la dictadura argentina”. Hay testimonios de época, año 1976, entre ellos uno muy valioso.
Este es de un uruguayo llamado Gonzalo Mosca, a quién el futuro papa salvó de una segura desaparición.
Quedan muchos temas por abordar: la forma en que logró limpiar las finanzas vaticanas; el impulso de una reforma de la Curia romana; tolerancia cero con los abusos sexuales; cómo fue su línea de conducta en la pandemia y en los sucesos cruentos de las guerras.
Pero lo más sustantivo de su personalidad es la de ser pastor, la de un hombre que proclama el perdón y el encuentro entre todos los hombres como medida de toda paz.
Para Francisco la historia se mueve entre dos polos: la cultura del encuentro y la cultura del descarte. Su palabra lúcida, dolorida, profética, ya ha penetrado intensamente, dentro y fuera del catolicismo, como signo de un camino futuro a seguir, a pesar de todo.
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