“A pesar de su uso generalizado, los modelos presentan una serie de inconvenientes. El primero es que muchos de ellos pueden pasar por alto los cambios de régimen –como los cambios estructurales o de comportamiento– o las consecuencias de eventos extremos, como una guerra, una pandemia o una crisis financiera. Los modelos que contemplan cambios de régimen pueden necesitar ser alimentados con una cantidad sustancial de datos antes de que puedan llegar a detectar un cambio… Esto plantea la cuestión de cuánto peso deberíamos atribuir a las proyecciones basadas en modelos, especialmente en el contexto de un posible cambio de régimen, frente a eventos raros”. Así se expresaba la máxima autoridad de un banco central de la Unión Europea en una conferencia hace unas semanas. Con todos sus investigadores, el Banco Central Europeo y los bancos centrales nacionales dejan traslucir con humildad que dudan de sus propios modelos. Un comportamiento que caracteriza a los de seres inteligentes, lo cual no significa los más diplomados.
Mientras tanto, en nuestra pequeña aldea gala, el BCU insiste con su suba de tasas de interés, basándose en “modelos” cuestionados por no pocos destacados referentes locales. Haciendo oídos sordos a las críticas, y como si sus anteojeras no le permitieran distinguir el atraso cambiario que viene ocasionando, la semana pasada el BCU subió nuevamente las tasas, llevándolas al 11,25%. Con una inflación anual en el entorno del 9%, esto significa una tasa real positiva superior al 2%. En comparación, la tasa real en los Estados Unidos se ubica en el entorno del -4% y la de la zona euro en -8%. Esto implica que las tasas reales de nuestro país superan en 6% a las vigentes en el área dólar y en 10% a las de la zona euro. No nos debería sorprender entonces que nos hayamos convertido en un paraíso de la especulación, o “carry-trade” como se le conoce en los círculos financieros.
Lo increíble de esta política es que sus costos no los pagan solamente los exportadores y las empresas de servicios que compiten con la región –p. ej., el turismo–. ¡El primero en ser perjudicado es el mismo BCU! Con una tasa en pesos del 10% y una caída similar del dólar, cualquiera que haya vendido dólares para pasarse a pesos a principios de año, se apuntará un retorno cercano al 20% (medido en dólares) para todo el año. Como el BCU es quien paga esta cuenta a través de sus aproximadamente 7,000 millones de dólares en Letras de Regulación Monetaria emitidos en pesos, en algún rincón de sus estados contables deberá registrar una pérdida del entorno de los 1,200 millones de dólares lo que alimenta el déficit fiscal. Para dar una idea de la magnitud de esta pérdida, esto alcanzaría para garantizarle un ticket diario de alimentación de $ 400 los 365 días del año a 300.000 uruguayos. Es este el costo de la “desdolarización” astoribergarista y del curso hacia “una moneda de calidad” según su versión 2.0 actual.
Lo paradójico de todo esto es que el “modelo” del BCU insiste con desligar a la competitividad del tipo de cambio real. Según nos ilumina un locuaz exjerarca en su cuenta de Twitter, existiría un tal modelo Mundell-Fleming (¿será el mismo que descubrió la penicilina?) que ampararía el accionar de nuestra autoridad monetaria. Parecería que, frente a las múltiples críticas de exportadores y analistas, se empecinaran cada vez más en un curso de acción a todas luces insostenible. Sospecho que si se hicieran menos “estudios” y utilizáramos simplemente el índice Big Mac las cosas andarían mejor, y seguramente mejoraría el balance del BCU.
Mientras tanto, vemos con preocupación que el muro se ve cada vez más grande.
Jaime Buchanan
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