Desde hace décadas, ciertas personas y organizaciones vienen trabajando para imponer en todo el planeta una Carta de la Tierra, un Nuevo Orden Mundial, una Agenda 2030 –para variar, repleta de ideologías–. Ante semejante muestra de totalitarismo, ¿cómo podemos rebelarnos los ciudadanos de a pie? ¿Qué podemos hacer los orientales para mantenernos fieles a los principios fundacionales de nuestra nación? ¿Cómo defender esos principios de honda raíz criollo-hispánica –al decir del P. Castellani–, y por tanto de honda raíz clásica y cristiana, que son el fundamento de nuestra identidad nacional?
Lo primero es participar en política en la medida en que cada uno pueda. No todos nacimos para ser políticos, pero todos tenemos la responsabilidad de contribuir de alguna manera al bien común. Con frecuencia se oye decir que los políticos son malos y que la política es sucia. Ahora bien, ¿dónde están los críticos cuando hay elecciones? Si más buenos se dedicaran al servicio público, habría menos políticos malos…
Por supuesto, no es una decisión fácil: en el servicio público suele haber más espinas que rosas. Pero la única manera de reducir el porcentaje de malos es aumentar el porcentaje de buenos. “Hay que ahogar el mal en abundancia de bien”, decía un gran santo.
¿Qué entendemos nosotros por “buen servidor público”? Creemos que el buen servidor público debe ser, ante todo, un patriota, y por tanto insobornable. Debe ser capaz de enfrentar con coraje y decisión a todo criollo o extranjero que, de espaldas al bien común de los orientales, se sirva de nuestra patria, nuestras riquezas o nuestra gente en beneficio de terceros, ya sean personas, naciones, u organismos internacionales.
Asimismo, debe estar dispuesto a luchar por una patria libre y soberana. ¿Libre de qué? De globalismo, de ideología de género, de las imposiciones de la OMS… No hay que perder de vista que buena parte de los préstamos que nos otorgan las instituciones financieras internacionales, se condicionan a la adopción de estas ideologías.
También debe tener claro que los orientales, en tanto libres, tenemos el derecho y el deber inalienable de impulsar en nuestra propia patria, nuestra propia agenda. Una “agenda criolla”, centrada en el bien común de los orientales, fundada en la ley natural y en el derecho natural, punto de encuentro entre los hombres de buena voluntad.
Debe defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural y debe promover la familia, garantizando, a su vez, la libertad de los padres para educar a sus hijos como mejor les parezca. Es absolutamente inaceptable un sistema educativo en el que los niños y los adolescentes son adoctrinados política y sexualmente gracias a programas redactados por burócratas extranjeros.
El buen servidor público debe proponer, además, políticas eficaces para que nadie deje de tener los hijos que quiere por falta de recursos. En estos tiempos de infierno demográfico –¡del que muy pocos hablan!– el crecimiento poblacional es clave. Cuanto menos seamos, más caro y por tanto más difícil será vivir en Uruguay. Si no nacen más orientales, vamos camino a la extinción como nación.
También debe tener coraje y decisión para enfrentar al narcotráfico, principal responsable de la violencia y los delitos que se observan en nuestra sociedad. Y debe procurar una drástica reducción de la reincidencia en el delito. Una sociedad que no está dispuesta a levantar al caído y a darle una segunda oportunidad, no es una sociedad: es una suma de individualidades.
Por último, debe tratar de sacar el debate de ese plano chato y rastrero de izquierda-derecha y procurar elevarlo, darle altura, volumen, peso, consistencia. El verdadero fin de la política es la búsqueda del bien común. Al menos esa es la forma en que nuestros maestros nos enseñaron a ver el servicio público: desde la óptica de un Plutarco, no de un Maquiavelo.
Hace poco el general Manini recordaba que Cabildo Abierto no es un partido, porque no viene a partir la sociedad ni a promover una lucha fratricida: es un movimiento, una fuerza dinámica que pretende contribuir al bien común de los orientales.
Todo el servicio público debería basarse en la idea de que defender firmemente ciertos principios no implica volar los puentes entre las personas. Para alcanzar el bien común, todos somos necesarios: y es muy difícil lograrlo si la sociedad –y la política– está partida, fracturada, dividida.
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