En el portal de Extramuros, un semanario virtual en el que escriben distinguidos periodistas como Francisco Faig, Daniel Díaz, Aldo Mazzucchelli y Ramón Paravís, entre otros, aparece un artículo que se titula “General Manini, queda una última bala” que merece nuestra atención y al que queremos referirnos.
En medio de una campaña aguada por la pandemia, de poco entusiasmo en la gente, y apenas conmovida en sus días finales por el torpe insulto de Mujica a la correctísima Laura Raffo, el desafuero de Manini como tema ha resultado por fin opacado por las trapacerías del Dr. Miguel Toma; quien tampoco es ajeno, pese la confusa información de su papel, a la omisión que comparte con Vázquez, pero se le endilga al General Manini.
El artículo que firma el Dr. Paravís —extenso, bien escrito, abarcativo de variados temas, con singulares aciertos y audaces neologismos— es de particular interés por el multiforme ingenio del autor (Homero “dixit”). No obstante el ameno transcurso de su lectura, tendremos el honor de discrepar con su conclusión, exhortación o sugerencia, por las mismas razones que expone en su desarrollo.
Compartimos que “la contienda es estrictamente política” y que “la animosidad del fiscal rompe los ojos”. También lo que refiere a correr el riesgo de enfrentar la peor cara de la justicia, que es la de quitar el honor y la libertad a un inocente, cuyo daño es irreparable.
Compartimos que “la contienda es estrictamente política” y que “la animosidad del fiscal rompe los ojos”
A lo que agregamos, que se trata de una maniobra indisimulable del Fiscal de Corte contra Manini, que al poder por sí mismo sobrecogedor de un Fiscal Penal, le agrega haberlo seleccionado reasignándole el turno que no le correspondía para que asumiera el asunto, por razones de amistad, de afinidad ideológica o parentesco, que le aseguraban su obediencia.
Todo vale si se trata de exculpar a los verdaderos responsables, Vázquez y Toma, y condenar a Manini, que por algo le dijo al Fiscal Morosoli Díaz que estaba mandatado.
Porque cabe preguntarse: ¿de qué se enteró Manini para tener interés en ocultarlo? Se enteró, no de un delito flagrante, sino de la confesión de un delito de “vilipendio de cadáver” cometido por Gavazzo hace 47 años y por tanto ya prescripto y extinguido, sin olvidar que por la misma conducta ésta ya había sido juzgado.
El escenario es el de una justicia politizada, que ocurre o se da cuando pierde en absoluto su básica, primaria, visceral esencia o condición de ser absolutamente imparcial y se convierte en actor político y actúa como tal.
En una linda frase, el autor le pide a Manini que asuma un gesto épico, que son esos actos que los héroes concretan y los poetas cantan, que representa un símbolo inolvidable y ejemplar: renunciar a su banca, lo que solo precisa su voluntad y su firma.
Sin ánimo de polémica, pero en la firmeza de una radical discrepancia, sostenemos la inutilidad de ese sacrificio. Creemos que no se le puede pedir a Manini un acto de grandeza, cuando estamos ante una zancadilla aborrecible.
Poeta no es, pues a esta altura de su vida lo sabríamos, héroe puede llegar a serlo dadas sus condiciones de soldado, cuando en medio de la violencia de un conflicto bélico debiere ofrendar su vida en la defensa del deber.
Pero ante el abuso de un burócrata circunstancialmente empoderado, alguien que ha recibido el apoyo de más de un cuarto millón de uruguayos se retire de la política, desmovilice su gente o la deje a la deriva, se aleje de la vida pública y rompa la coalición de la que hoy es el puntal más firme, es tanto como regalar al adversario un trofeo que no ha ganado ni merece y que se entregaría sin luchar.
Por eso pensamos que la bala, esa última bala, en vez de llenarlo de gloria, sería un acto políticamente irresponsable y le pegaría de frente a la coalición.
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