La última “ola” del feminismo parece agotarse en la costa de sus contradicciones y omisiones.
Así como existe una diferencia entre hombres masculinos y hombres machistas, también existe una diferencia entre mujeres femeninas y mujeres feministas. Los hombres masculinos y las mujeres femeninas suelen estar contentos de ser lo que son. No suelen tener prejuicios ni resentimientos de ningún tipo contra las personas del sexo opuesto.
Por su parte, las feministas y los machistas suelen ser personas que tienen poco o ningún aprecio por los miembros del sexo opuesto, además de abundantes prejuicios y problemas de autoestima. Esto, en el caso de las mujeres, es curioso, porque ellas pueden hacer cosas mucho más bellas y trascendentes que los hombres: por ejemplo, engendrar hijos…
Pero hay una diferencia entre el machismo y el feminismo. El primero está mal visto y no es algo organizado, sistematizado, militante. El segundo es bastante mejor visto y está perfectamente organizado. De hecho, viene influyendo en las políticas públicas desde hace décadas y ha pasado por distintas “olas”. Fruto de las “olas” anteriores son, por ejemplo, el derecho al voto femenino, la igualdad de salarios o el acceso a la universidad.
La última “ola” –el feminismo “de género”– es responsable, sobre todo, de implementar campañas y políticas para reducir los abusos, violaciones y homicidios contra las mujeres, de facilitar el aborto libre, etcétera. Ahora bien, mientras las “olas” anteriores fueron más o menos exitosas, el feminismo “de género” –pese a todos los recursos invertidos en él– ha demostrado ser un rotundo fracaso. En primer lugar, porque en los últimos años las denuncias de delitos contra mujeres se han mantenido o aumentado. Y en segundo lugar, porque alrededor de la mitad de las víctimas de los 73 millones de abortos que se realizan cada año en el mundo, son seres humanos de sexo femenino. En suma, las políticas de género no han logrado su objetivo.
Para colmo, en no pocos concursos de belleza o competencias deportivas femeninas, hoy, los que ganan son hombres. No es raro ver tras cada una de esas competencias que durante varios días las redes se llenan de memes que ridiculizan la situación al grito de: “¡El patriarcado lo hizo de nuevo!”.
Si alguna vez la ideología de género fue considerada “seria”, hoy parece estar perdiendo todo su eventual prestigio. Sobre todo por las risas que provocan ciertas feministas –y hasta gobernantes que se afanan por parecer aggiornados– cuando les da por hablar en “lenguaje inclusivo”.
En lo único que las feministas “de género” parecen no haber fracasado hasta ahora es en la recepción de generosas donaciones y en la firma de jugosos contratos de consultoría a lo largo y ancho del mundo. ¿Quiénes las financian? Desde la Open Society hasta la Fundación Gates, desde organismos internacionales hasta nosotros, ciudadanos de a pie, a través de nuestros impuestos. La venta de humo ha sido siempre un próspero negocio para el feminismo “de género”.
Pero toda fiesta tiene un fin. Hace poco, en Argentina, una encuestadora cercana al kirchnerismo hizo una pesquisa con el objetivo de evaluar la conformidad –o no– de los ciudadanos con las propuestas políticas de los distintos candidatos. Cuidando, por supuesto, de no mencionar al autor para no confundir la conformidad ante la propuesta con la simpatía por el candidato. Entre todas las propuestas hubo una que contó con más de noventa por ciento de apoyo: “Cerrar el Ministerio de la Mujer”, que figura en el programa de Milei.
¿Por qué ya no es creíble el feminismo “de género”? Porque no se ve a las feministas clamando contra la discriminación de madres de familias numerosas; porque no defienden la libertad de aquellas que por voluntad propia han decidido ser cien por ciento amas de casa; porque gracias a la propia ideología de género más de un hombre ha ganado competencias deportivas femeninas y concursos de belleza como Miss Portugal o Miss Países Bajos; porque el dinero que se usa en consultorías, viajes, publicaciones y estudios de género bien podría gastarse en alimentar, curar y educar a las niñas más vulnerables; porque gracias al feminismo de género todos los años mueren en el mundo millones de mujeres abortadas al amparo de la ley.
Al final uno se pregunta, ¿por qué tanto esfuerzo para imponer la ideología de género, si cuando se le pide a una feminista que defina “mujer” la respuesta suele ser un silencio tan profundo que deja escuchar el canto de los grillos?
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