La segunda temporada de El juego del calamar, una serie surcoreana que está entre los más vistos históricos de Netflix, con más de 265 millones de visualizaciones, vuelve a poner en la pantalla la peripecia del hombre contemporáneo en un mundo en el que el éxito o el fracaso se han vuelto la medida de todas las cosas. Al tiempo que ilustra de un modo exagerado pero efectivo el papel que cumple la violencia en una sociedad cuyo único signo de cohesión es el dinero. Según el director de la serie, Hwang Dong-hyuk, “expresar esta violencia resulta necesario”, ya que, de acuerdo con sus palabras, “El juego del calamar representa una sátira brutal de la enorme desigualdad social generada por el dinero en Corea del Sur”.
La serie –para quienes no la han visto– relata la historia de un grupo de hombres y mujeres que han aceptado participar en un juego en el que la posibilidad de perder la vida en él –que es casi segura– no resulta un impedimento para competir por ganar un premio millonario, aun a costa de tener que matar a los otros participantes.
Sin embargo, las personas que participan en el juego comparten una característica particular: son personas que fracasaron en su vida económica y social, siendo la mayoría de ellos deudores irrecuperables, aunque también los hay alcohólicos, adictos al juego, fugitivos de regímenes totalitarios –como Corea del Norte–, madres o padres que no ven a sus hijos, etcétera.
Por ejemplo, la primera temporada se centra alrededor de la historia de Seong Gi-hun (Lee Jung-jae), un hombre adicto al juego, quien junto a otros 455 participantes –con problemas parecidos– participa de las pruebas. En esa línea, todos los participantes del juego se sienten muertos, psicológicamente hablando, y ocupan un lugar marginal en la sociedad en la que viven, por lo que perder la vida biológica, se convierte en un precio aceptable a pagar, ante la posibilidad –aunque sea exigua– de triunfar. Sin embargo, cuando se dan cuenta de que están atrapados en una isla disputando unas competencias para entretenimiento de un público enmascarado, el juego se vuelve un microcosmos en el que aparecen los peores instintos humanos.
Por un lado, están los organizadores del juego, que operan como una suerte de metáfora del inmenso poder de organizaciones vinculadas al crimen organizado, las cuales no solo están por encima de la justicia, sino que practican una suerte de maltusianismo en el que los fracasados de este mundo no tendrían ya lugar. Por lo que el dilema moral que se plantea en la serie es el dilema de una sociedad que por ambición se devora a sí misma, en la que todo tiene un precio en dinero, y en la que no hay sitio para los perdedores. Además, muestra descarnadamente cómo aun de los cuerpos de los condenados a muerte estas organizaciones criminales extraen rédito económico.
El director de la serie había señalado para los medios que “a través de los jugadores del juego, quería preguntar, ¿no es así como se ve nuestra sociedad ahora? ¿No son estas personas exactamente quiénes somos? Las cosas que eran extrañas y poco realistas hace una década, lamentablemente, se han vuelto muy realistas ahora”, en relación con cómo la trama se convierte en una metáfora sádica de la sociedad actual.
En esa línea, si considerásemos la serie en comparación con nuestras bucólicas latitudes podemos apreciar –aun con la distancia inasible que hay entre Uruguay y Corea del Sur– que existen puntos en común, como por ejemplo el problema de la enorme de cantidad de personas que son deudores irrecuperables.
Según una columna publicada en Los Angeles Times, titulada El oscuro mundo de los préstamos privados en Squid Game es una verdadera tentación en Corea del Sur, “la deuda de las familias de Corea del Sur se disparó a niveles récord en el segundo trimestre de 2021, aumentando en más del 10% con respecto al mismo período del año pasado. Los ciudadanos de 30 años son los más aventajados, habiendo pedido prestado en promedio más del 260% de sus ingresos, según el Banco de Corea. El alza de los precios inmobiliarios y el repunte del mercado de valores del año pasado han impulsado el endeudamiento, incentivando a los adultos jóvenes que ven menos futuro en el empleo tradicional y, entonces, han optado por invertir fuertemente en acciones o criptomonedas. Las estadísticas oficiales no registran, en su totalidad, el mundo ilícito de los préstamos privados al que recurrió el protagonista de Squid Game, Seong Gi-hun, cuando ya no podía pedir prestado a bancos y prestamistas registrados legalmente”.
Nuestro país, por su parte, como todos bien saben gracias a la campaña de Cabildo Abierto “Por una deuda justa”, el número de personas en situación de endeudamiento es alarmante, alcanzando casi un tercio de la sociedad, generando todo tipo de problemas relacionados a la salud mental, como por ejemplo depresión.
Otro tema en común –y que puede estar relacionado a los altos niveles de endeudamiento– es el de los suicidios, el cual es un problema compartido entre ambos países. En el año 2013, el número de suicidios en Corea del Sur había alcanzado la cifra récord de 14.427 (28,5 por cada 100.000 habitantes) y la tendencia general ha sido ligeramente a la baja a partir de entonces, aunque, según las cifras que se manejan, en el 2023 superó al 2022 en número de suicidios, con un incremento del 6,7 %. En ese sentido, Corea del Sur es el país de la OCDE con más suicidios por cada 100.000 habitantes, 24,1, más del doble que la media de 10,7. Uruguay, por su lado, tiene 23 suicidios cada 100.000 habitantes, que es más del doble del promedio regional.
Sin embargo, El juego del calamar también tiene otros componentes en su trama, en la que lo político se vincula al crimen organizado, tal como hemos mencionado antes. Y sin bien nuestro país no ha sido históricamente permeable al crimen organizado, una parte de nuestro sistema político –en el que el Frente Amplio es mayoría– tolera que un país de nuestra región como Venezuela esté no solo en una situación de debilitamiento institucional, sino que su gobierno pueda formar parte de la estructura global del crimen organizado trasnacional, tal como lo denunció en esta edición de La Mañana Pedro Mario Burelli. No se trata de un problema relacionado con bandera políticas. No. Se trata justamente de la vida de millones de personas que como las personas del juego del calamar deben luchar para sobrevivir, en el caso de los venezolanos en un mundo donde la justicia y las fuerzas del orden fueron totalmente corrompidas por el régimen de Maduro. En definitiva, mirar hacia el costado es una forma de complicidad, en especial medida en una época en que lo racional cede violentamente su lugar a la voracidad de las pasiones.
TE PUEDE INTERESAR: