“Menos mal que no ganó el FA, hubiéramos tenido cuarentena obligatoria, sin LUC y sin Mundial”, decía un mensaje que me llegó el martes a la noche, medio en broma, medio en serio. No obstante, detrás de esta aseveración contrafáctica está la idea de que la izquierda se enfrascó en determinadas recetas y se niega sistemáticamente a ver la realidad. Y de eso sí hay evidencia.
Desde que el FA es oposición ha procurado instalar el discurso de que el gobierno es neoliberal y autoritario, en línea con lo que puede suceder en otros países de América Latina. Asumió automáticamente el relato de las otras izquierdas de la región, ante la ausencia de un diagnóstico claro sobre la composición y características de la nueva coalición. Era más fácil armar una caricatura y combatirla.
La inesperada situación de la pandemia suponía en la mente de algunos el evento a medida en el cual quedarían expuestos esos rasgos de egoísmo y ánimo represivo del gobierno. La caceroleada convocada en las primeras semanas procuró despertar a la militancia alicaída luego del revés electoral. Sin embargo, la gestión de la pandemia se basó en la libertad responsable y se orientó a la creación del Fondo Covid y un sistema de ayudas para las empresas y trabajadores. A pesar de que la izquierda insistió en marcar distancia de esa estrategia, la enorme mayoría de la ciudadanía y gran parte de los frenteamplistas valoran muy positivamente los resultados obtenidos por este gobierno, tanto que el ministro Salinas se convirtió en una figura nacional. Por otra parte, la conducción de Larrañaga al frente del Ministerio del Interior sembró múltiples elogios por su compromiso, por el respaldo policial y la baja de delitos.
Mientras el Frente Amplio se chocaba contra esa pared durante los años 2020 y 2021, desde las alas más radicales de ciertas organizaciones sociales y el sindicalismo se apuntó por otro lado, precisamente contra la ley de urgente consideración que había entrado en vigencia en julio del ’20, promoviendo la juntada de firmas para su derogación parcial. Vale decir, que algunos socios de la coalición republicana advirtieron tal posibilidad ya durante la discusión de la LUC. El haber desglosado las disposiciones del texto original sobre la libre importación de combustibles y sobre el sistema de áreas protegidas tuvo en cuenta esa eventual impugnación. Indudablemente fue un acierto, porque la campaña contra la LUC hubiera levantado la bandera de la defensa de Ancap y del ecologismo, atrayendo mucha gente, incluso de la propia coalición.
Es de suponer que el principal y verdadero interés para la derogación de los 135 artículos estaba en el capítulo sobre la educación, fundamentalmente en no perder el control de la gobernanza a través de esa burocracia a la que Mujica y Vázquez tuvieron que rendirse. Sin embargo, le resultaba muy difícil a la izquierda articular un discurso sobre este punto que llegara a la gente y cuando insinuó que se iba por el camino de la “privatización” de la enseñanza, debieron enseguida retractarse por falta de sustento. Entonces se recurrió a otros relatos más efectistas en línea con esa caricatura de un gobierno miserable y violento, aun cuando la realidad de un año y medio de vigencia de la ley desmentía todos los augurios sobre ola de desalojos express o de gatillo fácil, o de la crisis en Antel por la portabilidad numérica.
A diferencia de la campaña contra la estrategia sanitaria, la campaña contra la LUC sí logró una amplia movilización de las bases de la izquierda, fundamentalmente en la zona metropolitana. El discurso apuntaba a los males que la ley generaría en el futuro y tuvo llegada en su núcleo duro. Los debates sirvieron a cada una de las partes. La izquierda logró captar la atención y confianza de su electorado. Y al mismo tiempo los partidos de la coalición y el gobierno en su conjunto lograron convencer a los suyos que la LUC es la concreción de la hoja de ruta del Compromiso por el País. Los casi idénticos resultados del balotaje de 2019 y del referéndum del 2022 habilitan considerar este razonamiento.
El gobierno obtiene una victoria porque la LUC queda firme, es decir, la ciudadanía reitera el respaldo a ese compromiso asumido en 2019 y más concretamente a la herramienta legal que lo viabiliza. Si hubiera ganado la derogación se entraba en un periodo de gran incertidumbre y, como ya ha apuntado algún análisis, en el aire quedaba la idea flotando de que la izquierda es la única que puede gobernar este país.
Interpretar la realidad
Pero el gobierno no se agota en la LUC ni la solución a todos los temas surgirán de allí, claro está. Hay una larga lista de asuntos que esta administración tiene que asumir con coraje y visión de largo plazo. Algunos los anunció el presidente Lacalle Pou en la conferencia del mismo domingo. Y ya se percibe a nivel del Parlamento una intención de imprimir mayor celeridad y volcar más energías en la concreción de varios proyectos que apuntan a resolver situaciones de injusticia, como con la usura y el sobreendeudamiento que afecta a miles de uruguayos desde hace muchos años.
Que existan dos visiones del país no quiere decir de ninguna manera que haya dos países enfrentados. En rigor esas dos visiones tienen muchos matices y en algunos asuntos pueden y deben tenderse puentes de entendimiento. El gobierno tiene que interpretarlo de esa manera porque gobierna al conjunto de los uruguayos. Y la oposición tiene que entenderlo también porque no co-gobierna ni tampoco es el amo de medio país.
El pasado jueves todos los uruguayos celebramos la clasificación al mundial de fútbol tras una remontada heroica en las últimas fechas. A pesar de que la decisión de cambiar el cuerpo técnico de Tabárez dividió a la opinión pública, la inteligencia de Alonso estuvo en cambiar lo que había que cambiar sin menospreciar a su antecesor, conservando un clima adecuado en el vestuario en procura del objetivo común. Los buenos resultados coronaron esa audacia y esa prudencia al mismo tiempo.
Del mismo modo, una visión ‘estadista’ del gobierno requiere no centrarse en las grietas sino en la potencialidad de las propuestas de los socios de la coalición e incluso de la oposición. Las recetas que funcionaron hasta ahora, no necesariamente lo sigan haciendo en el futuro y seguramente la ciudadanía valorará positivamente un llamado al diálogo nacional. No es tiempo de especular con pulseadas menores, sino de aprovechar dos años que vienen por delante para apuntar a algunos cambios estructurales.
En un editorial del 12 de enero decíamos que no todo lo que brilla es oro y que los altos índices de popularidad no debían encandilar al gobierno sino servir para poner en marcha un verdadero rol transformador que el país necesita. El resultado del referéndum significó una renovación de los votos de confianza, pero al mismo tiempo la confirmación de aquel pensamiento.
Se abre una ventana, no para mirar el paisaje sino para renovar el aire, como lo indica la propia etimología de la palabra y su raíz ventus (viento). Ese hábito saludable, que todos aprendimos a valorar más en el combate a la pandemia, también se aplica para que el gobierno siga con la misma vitalidad del comienzo.
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