Desde hace un tiempo, la ciudadanía viene percibiendo no sólo una falta de dirección y de estrategia por parte del Poder Ejecutivo en lo referente a la resolución de nuestros inmediatos problemas internos, sino que esta forma improvisada de hacer política viene replicándose también en nuestras relaciones internacionales, con magros resultados y pésimas repercusiones para la imagen institucional de nuestro país.
Pero más allá del criterio o de la “ideología” que haya querido emplear el Poder Ejecutivo durante este período de gobierno, sea cual fuere, para conseguir firmar un tratado de libre comercio con China o con la Unión Europea, lo preocupante aquí es la pérdida de cultura institucional, tal como lo expresó la semana pasada Oscar Bottinelli en VTV, a raíz de los dichos que la entonces vicepresidenta en funciones, expresó sobre el Partido Socialista Español.
En ese sentido, las disculpas que tuvieron que presentar nuestras autoridades frente al gobierno español y el papelón que significó el exabrupto, deberían haber significado algún tipo de reflexión, por no decir un tirón de orejas para algunos actores de nuestro sistema político que parecen haber olvidado cuál es la verdadera tradición diplomática de Uruguay. Sin embargo, lejos de haber sucedido algo semejante, la discusión se mantuvo en la esfera ideológica.
No hay que olvidar, en definitiva, que la resolución que garantizó nuestra independencia y soberanía en 1828 surgió como consecuencia de un tratado de paz internacional y, por tal razón, este país siempre ha tenido una tradición –en materia de política exterior– que ha priorizado ante todo a la neutralidad, frente a las grandes polarizaciones que azotaron al mundo a lo largo del siglo XX, como fueron, por ejemplo, la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, ya en 1907 Pedro Manini Ríos viajó junto a Batlle y Ordoñez a “la Conferencia de Paz de La Haya que a instancias de Rusia bregaba por detener la carrera armamentista, de una Europa enceguecida –que como en las tragedias griegas– todos tenían la premonición del desenlace fatal, pero nadie podía evitar que se siguiera avanzando hacia la hecatombe…” (Hugo Manini Ríos, La Mañana).
Pero, además, por influencia de nuestro legado artiguista, hemos tenido como parte intrínseca de nuestra identidad, una noción de Patria Grande que ha mirado mucho más allá de las fronteras que balcanizaron el otrora virreinato español. Y en esa línea hemos tenido grandes pensadores y escritores, como por ejemplo J. E. Rodó, que contribuyeron de un modo decisivo en la construcción de una identidad cultural latinoamericana.
Por otra parte, tampoco hay que olvidar los hechos de la década del 40 cuando Luis Alberto de Herrera se opuso terminantemente a la instalación de una base norteamericana en nuestro territorio, salvaguardando no sólo nuestra soberanía, sino también nuestra neutralidad.
Por eso, las noticias que hemos recibido en los últimos meses acerca de las rispideces que alternativa y sucesivamente ha tenido nuestro gobierno con Estados Unidos, con China, con Brasil, con España, sumándole además en los días previos a esta publicación, algunas incomodidades que han surgido con Argentina a partir de declaraciones que cruzan el río, ponen de manifiesto que en materia de política exterior Uruguay es como una nave que viaja a la deriva, empujada por las olas hacia un destino incierto.
Por eso, si tuviéramos que señalar los errores más importantes de este gobierno en materia de política exterior, el primero y más importante que debemos indicar, fue la falsa idea que se hizo el Ejecutivo –promocionando retóricamente una estrategia comercial que apelaba a la apertura y al libre comercio– de que era posible un camino de inserción internacional en solitario, como si nuestra marca país en el concierto global tuviese un peso significativo para emprender un camino de este tipo.
Esto quedó evidenciado en nuestra pobre actuación en la cumbre UE-Celac, donde quedó de manifiesto nuestro aislamiento y donde se notó la falta de un norte, por no decir de un objetivo claro, en lo que concierne a las prioridades que debería tener nuestro país en materia comercial.
Ya que, siendo Uruguay básicamente un país exportador de alimentos, parecería desaconsejable a nivel estratégico, en un momento de grandes tensiones bélicas y ambientales, introducir industrias que pueden tener un impacto negativo sobre la capacidad de producir nuestros bienes básicos. Y con esto nos referimos a las inversiones en hidrógeno verde que supuestamente vienen a incorporar tecnología a nuestro proceso de producción. Pero si uno les quita la pátina a los espejitos de colores de la presentación de PowerPoint, se encuentra con que, en definitiva, estos proyectos se tratan únicamente de regalar agua y de otorgar jugosas exoneraciones fiscales para poder importar productos manufacturados que Europa necesita colocar para reactivar su industria. Nada diferente a la relación que nuestro país tenía con Inglaterra hasta la Segunda Guerra Mundial.
En conclusión, podemos decir que, si en el pasado las amenazas fueron las potencias extrarregionales, hoy tenemos que tener cuidado con países de la región que están alineados con una u otra potencia. Y es por eso que cuando imaginamos al Mercosur unido, imaginamos el proyecto regional por el cual soñaron Artigas, San Martín y que tiempo después supo comprender el barón de Río Branco.
Porque fue Río Branco el que entendió que la garantía para el no ingreso de las potencias extranjeras a la región era el mantenimiento de una buena relación complementaria con Argentina. Lo que permitió crear las condiciones para sembrar esa paz que en el terreno de batalla negociaron Pedro Manini Ríos y Luis A. de Herrera.
TE PUEDE INTERESAR