En el año 2013, investigadores de la Universidad de Oxford publicaron “El Futuro del Empleo”, un estudio en que establecían las bases para evaluar cómo la automatización reemplazaría puestos de trabajo en la Sociedad del Conocimiento. El estudio tomaba las diez ocupaciones más frecuentes de cada país y, aplicando sus tasas de sustitución, indicaba el panorama que se enfrentaría. En Uruguay el Top 10 cubría 530.000 puestos de trabajo, y la perspectiva era que el 78% se automatizarían.
Desde entonces, en las centrales sindicales se elaboran teorías sobre cómo repartir la plusvalía de la productividad de los robots a favor de los empleados y no de sus patrones. La realidad, como sabemos, es que sobre esas bases patrones y obreros están ya transitando el camino a la falta de competitividad y, a través de ella, a la clausura por obsolescencia.
“Cualquier emprendimiento, en cualquier país, puede alquilar el poder computacional de la NASA por algunas horas”
El desafío que se plantea no es el reparto, sino el imperativo categórico de la transformación. ¿Estamos haciendo las inversiones correctas en educación, investigación y tecnología? ¿Estamos realineando al Estado y su funcionamiento para enfrentar estos nuevos paradigmas? Quizás más importante aún, ¿será algo que “nos va a pasar”, o seremos artífices y exportadores de conocimiento?
Ventajas y activos
Uruguay es líder en Latinoamérica en lo que refiere a acceso y penetración de internet. Sea en velocidad o en costo, fijo o móvil, acceso en el hogar o público, urbano o rural, por franja etaria o género, en los quintiles más altos o bajos… en toda categoría detenta o pelea el primer puesto con Chile y, a veces, Costa Rica.
La implementación del Plan Ceibal sin duda fue traumática. Fue la primera experiencia masiva a nivel mundial, no se contaba con software apropiado, ni se había rediseñado la didáctica por parte de los docentes. No había siempre accesibilidad a internet en las aulas, los hogares, o las plazas, y hubo que crear una red nacional de soporte técnico.
También es cierto que si se entraba en un proceso de evaluación y resolución de todos esos asuntos, hoy no habría una sola ceibalita. Fue una decisión acertada basada en la convicción, y el aprendizaje se hizo sobre la marcha. Así como hoy vemos niños participando en competencias de la NASA o diseñando cohetes, también vemos otros avances que se dieron naturalmente, como la enseñanza del idioma inglés a través de videoconferencia con docentes nativos.
Ya desde antes, la industria del software venía creciendo y en torno a ella se creaba un ecosistema de apoyo y financiamiento al emprendedor. Hay casos de éxito formidables, que no disponemos de espacio para detallar, pero es destacable la capacidad del sector de generar oportunidades de empleo y emprendimiento a jóvenes calificados. Proliferan las hackatones, eventos en que éstos participan buscando soluciones innovadoras a través de la aplicación de nuevas tecnologías a problemáticas planteadas por distintos sectores, desde el financiero al agro. Es de destacar también la labor de la ANII que, en sintonía con aquello que pretende promover, no malgasta recursos en reinventar la rueda sino que identifica oportunidades de establecer alianzas, generar sinergias, y derribar obstáculos.
Hay un elemento que es de particular relevancia y seguramente escapa a quienes no están involucrados en estas actividades: la nube como un gran igualador. Bill Gates hizo sus primeras armas ingeniándoselas para obtener acceso (muy limitado) a supercomputadores de una Universidad local. Hoy la nube le permitiría acceder a eso en cualquier momento, desde su casa, vía internet. Es decir, cualquier emprendimiento, en cualquier país, puede alquilar el poder computacional de la NASA por algunas horas para manipular un inmenso volumen de información, testear sus hipótesis y perfeccionar algoritmos. Se han eliminado barreras de entrada y se ha allanado el terreno para todos, dando vía libre a la creatividad como diferenciador.
El debe: la resistencia al cambio
El sector tiene desempleo cero, lo que significa que no estamos direccionando o capacitando suficiente recurso humano. Hay buenos cursos y programas de formación, pero hay que escalar.
Lo más importante, sin embargo, es nuestra resistencia al cambio, sobre todo a nivel del Estado. Los avances en tecnología se están dando rápidamente y no resisten la parsimonia con que suelen abordarse los modelos disruptivos. Esto es de una importancia tal para las chances de éxito o fracaso de un emprendimiento, que las políticas de promoción de inversiones en el mundo desarrollado giran en buena medida en torno a reformar y flexibilizar el marco regulatorio (p.ej. sandbox, o arenero regulatorio).
“No podemos pretender estar un paso adelante si cada vez que surge algo nuevo lo enterramos en burocracia y requerimientos invalidantes”
En Europa las instituciones financieras están obligadas a publicar interfaces de Open Banking para que sus clientes, a través de apps de terceros, puedan disponer de sus datos y de su dinero en cualquier momento. ¿Por qué? Porque es evidente que la innovación en servicios financieros la van a impulsar esos terceros y no los bancos. En Uruguay, el Banco Central opera exactamente al revés, privilegiando el status quo y desarticulando innovaciones como la intermediación de préstamos P2P entre particulares.
Uruguay tuvo una de las primeras billeteras electrónicas, piedra angular de la inclusión financiera en el mundo subdesarrollado. En Kenya, MPesa fue creada por una telco privada y las transacciones procesadas a través de ese medio de (micro)pagos equivalen hoy al 48% del PBI. En Uruguay la billetera la creó Antel, la ató a su factura de telefonía fija como medio de pago, luego al BROU, persistió con el enfoque de erigir barreras competitivas entre estatales y privados, y cada día se vuelve más irrelevante e inútil.
También hay mucho camino a recorrer en lo que refiere al acceso a información y datos agregados, ya no con fines comerciales sino de investigación. En la Facultad de Ingeniería hace varios años que se llevan adelante proyectos relativos a ciudades inteligentes, planificación urbana y del transporte. ¿La mayor dificultad? El acceso a la información. Mientras que en Estados Unidos las agencias del Estado otorgan becas a investigadores para que le indiquen como mejorar, acá la óptica es que si me quedo con los datos nadie me puede decir qué hacer o, peor aún, qué estoy haciendo mal.
No podemos pretender estar un paso adelante si cada vez que surge algo nuevo lo enterramos en burocracia y requerimientos invalidantes. Quizás algunos recuerden los vanos esfuerzos de Antel por prohibir las llamadas telefónicas por internet a principios de siglo. El cambio es inexorable, y al dilatar generamos un retraso a que lo innovador se vuelva familiar y cotidiano. Eso a su vez deja rezagados a nuestros potenciales innovadores criollos que deberían convivir con lo último, no con lo anticuado.
Como decía al inicio, en Uruguay tenemos todos los elementos para ser protagonistas y no víctimas de la nueva Sociedad del Conocimiento. Elegimos abrazar el cambio, o dejamos que nos pase por arriba.