El pasado jueves, bancos privados, el Banco República y las administradoras de crédito habilitaron el Programa Voluntario de Reestructuración de Deudas, que podría regularizar por única vez la situación crediticia de muchísimos uruguayos.
Al momento del cierre de esta edición, 27 mil personas habían reestructurado 36 mil deudas, por lo que podría decirse –con este dato sobre la mesa– que aquello que Cabildo Abierto había defendido acerca de la necesidad real que tenía un enorme porcentaje de nuestra población de recibir un plan de este tipo era no solo cierto, sino también consecuencia de una situación de injusticia amparada por la Ley 18.212, impulsada por Danilo Astori en 2007, que establece las tasas de interés.
No obstante, más allá de que este programa sea una solución –por tiempo limitado– para las personas afectadas, permanece intacta la raíz del problema, que es la usura, o sea la posibilidad legal de manejar tasas de interés excesivas en nuestro sistema financiero. En esa medida, queda abierta la puerta para que vuelva a suceder en el futuro. Porque si no se realiza una verdadera campaña de educación financiera, constante en el tiempo y efectiva, y si no se generan otros mecanismos de préstamos al consumo para los sectores vulnerables, es muy probable que el problema de sobrendeudamiento se repita.
Al final de cuentas, el senador Manini Ríos tenía muy buenas razones para decir que “tal vez el Estado haya sido el peor usurero este tiempo”. Porque antes de que se pusiera este tema en discusión, al inicio de esta legislatura, parecía no existir, lo que denotaba cierta permisividad si se quiere cultural con la usura. Y si bien tras la campaña de Cabildo se ha tomado conciencia de lo que es una deuda justa, y se ha encontrado una solución parcial al problema, es evidente que los intereses elevados que cobraban algunas financieras seguirán cobrándose. Lamentablemente, en nuestro país, este abuso, lejos de ser ilegal, está amparado por la ley mencionada ut supra. He ahí el factor clave de este problema. Pues desde el mismo Estado no solo se viene amparando esta injusticia, sino que también gran parte de nuestro aparato político le da la espalda a esta realidad. Por otra parte, cuando el Estado es acreedor, también aplica tasas de interés que superan los límites aceptables.
Hay que celebrar que al menos el sistema financiero –que ha sido el gran beneficiado con esta política que viene desde los gobiernos del Frente Amplio– haya dado una señal. Pero parece razonable pensar que esto ha sido consecuencia y efecto del trabajo de Cabildo Abierto en torno a la campaña Deuda Justa, ya que en caso de plebiscitarse la reforma planteada por esta colectividad política y de tener un resultado positivo en las urnas, el negocio de los préstamos rápidos dejará de tener los márgenes de ganancia que tiene actualmente. Tampoco hay que desestimar los trabajos académicos que se realizaron en este sentido, ya que no había investigaciones nacionales que tratasen el tema del endeudamiento privado. Y han sido, obviamente, un aporte importante tanto para este presente como para el futuro ya que tenemos un panorama de esta realidad mediante datos y cifras.
Mas tampoco se puede eludir que el problema del sobrendeudamiento privado es consecuencia de una política económica equivocada, que no generó bases para seguir creciendo, y que tampoco desarrolló un marco de resiliencia frente a escenarios cambiantes o adversos. Es por eso, tal como explicaba Ec. Carlos Steneri para este medio semanas atrás, que nuestra falta de competitividad tiene muchas aristas, que están estrechamente ligadas no solo al atraso cambiario –que, curiosamente, según nuestras autoridades monetarias y económicas no existe–, sino también a nuestra falta de innovación y desarrollo. Mientras no seamos un país competitivo, no solo en precio, sino también en la calidad y presentación de nuestro producto, es casi seguro que seguiremos por la misma senda.
Sin embargo, el tema del sobrendeudamiento privado y el lanzamiento justamente de este programa esconden otra situación que merece nuestra atención, y es el funcionamiento de la Coalición Republicana. ¿Cómo puede ser que la coalición de gobierno, por diferencias internas, haya persistido en no buscar una solución a un problema tan evidente? Y vale preguntarse, además, ¿es una buena estrategia, en un contexto político en que hay dos coaliciones compitiendo electoralmente, que se haya postergado el buen funcionamiento de la Coalición Republicana en detrimento de los liderazgos partidarios?
Este menoscabo de la cultura política y de sus esenciales objetivos en manos de la rivalidad partidaria me recuerda el prólogo que redactó Carlos Real de Azúa para los Motivos de Proteo de J. E. Rodó, donde afirma lo siguiente:
“Las causas que llevaron a Rodó a semejantes tonos no pueden ser rastreadas (plenamente) aquí, pero tienen, de cualquier manera, una indisputable relevancia para la comprensión de Motivos…”. Hay hechos visibles cuyo impacto puede ser comprendido fácilmente: la creciente politización del medio uruguayo, dominado por una personalidad política de gran volumen, pero esencialmente sectaria, confesadamente partidista, decidida a gobernar con los suyos. El Uruguay doctoral de fin de siglo en el que Rodó crece y triunfa estilaba cortesías y brindaba poderes y distinciones sin atención al cintillo. Fuera de la secta y privado de sus óleos, Rodó sentirá gravemente en su persona y en su destino cuánto las cosas han cambiado. El 8 de febrero de 1903 se alejaba el autor de la actividad parlamentaria, a la que no volvería hasta 1908, completo ya casi “Motivos…”.
En definitiva, este proceso de pérdida de valores –en este caso políticos– no es nuevo. Sin embargo, ¿cuánto más podemos seguir funcionando así? Porque más allá de las ilusiones y de la pátina de colores, el país en que nos toca vivir es el Uruguay gris en el que cada día cierra una empresa, un comercio, o en el que hombres y mujeres pierden su trabajo, un ejemplo es el cierre de La Papoñita, un bar que supo ser un emblema durante décadas. Y la contracara de esta situación es el deterioro social, personas presas de las adicciones, personas sin hogar, inseguridad y, sobre todo y principalmente, falta de aquel sentimiento vital nacional que Rodó evocaba al decir: “Reformarse es vivir”.
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