Hemos leído una carta dirigida al presidente del Parlamento Europeo David Ma. Sassoli, por el “Ágora de los habitantes de la tierra”, que nos hizo meditar. La misiva hecha pública, tiene el objeto de cuestionar las bases de la reciente creación de la Unión Europea de la Salud, o también UE4 Health, en mérito a razones que sin duda son de considerar.
El sugerente nombre de los remitentes, colectivo de cuya existencia no teníamos conocimiento, pero que alude a una representatividad considerable, no fue obstáculo para su lectura, sino que, por el contrario, despertó nuestro interés.
En efecto, se parte desde los principios que vertebran esa nueva institucionalidad, para proceder a desarticular sus fundamentos prolijamente y con atendible argumentación.
“Ágora de los habitantes de la tierra”
En primer lugar, se cuestiona que fundar la Unión Europea de la Salud, por considerar la salud como “una condición esencial para el desarrollo económico”, es menoscabar la importancia del derecho universal a la salud que debe asistir a todo ser humano, como fin en sí mismo, derecho inalienable de intrínseca justicia, que jamás debe servir a un ulterior propósito, ya sea de igual o mayor importancia, como el invocado de desarrollar la economía.
En segundo lugar, la expresada voluntad de “permitir a todas las personas el acceso a la asistencia sanitaria en forma equitativa”, en manera alguna pasa de ser una mera enunciación programática que elimina las desigualdades, pues nadie podrá ser vacunado, salvo que pague, ya el mismo interesado, su prestador de asistencia o el propio Estado.
En tercer lugar, se afirma con razón, que la exclusividad que aseguran las patentes farmacéuticas a la Big Pharma (o sea a las grandes empresas del rubro) “constituye un serio obstáculo para el bien común, que es la justicia en la atención de la salud pública”.
El fabuloso negocio que es la vacunación universal se ha naturalmente politizado. Esto se aprecia no solo en la anteojera ideológica que infiltra la compra o adquisición de las vacunas, sino también en la evidencia de que la salud se ha transformado en un campo de guerra económica.
La capacidad para producir, utilizar y comercializar las vacunas, tiene el objetivo de competir en los mercados mundiales sobre los diagnósticos y los medicamentos con la protección de las patentes, que resguardan los derechos de la propiedad intelectual. Así tenemos competencia dentro de la Unión Europea, y entre los EE.UU. y China.
Esta protección que dispensan las patentes se extiende por 15 o 20 años, y se pretende justificar esos largos plazos en los muy altos costos de inversión que son propios de la labor científica, que insume muchos años y gastos, que a veces lleva a fracasos irrecuperables. También se alude a que, mientras existen fármacos que se consumen la vida entera, otros, como es el caso de las vacunas, se aplican en unas pocas dosis que sirven para siempre.
Por último, se dice que la dimensión colosal del negocio ha llevado a una verdadera disminución de las soberanías nacionales, pues el verdadero poder es asumido por las empresas titulares de las patentes, (son unas diez en el mundo) que condicionan las políticas sanitarias de los Estados, ya que sus derechos exclusivos son un obstáculo para la difusión de la investigación y el conocimiento; así como también a la universal posibilidad de acceso a las vacunas.
La civilización montada sobre el petróleo permitió la acumulación de fortunas inconmensurables, la actualidad del mundo digital hace que las empresas como Microsoft, Apple, Facebook, Google o Amazon lideren las bolsas del mundo. Y si bien el negocio financiero y bancario, la industria armamentista y la propia industria farmacéutica siempre han estado entre los rubros de producción más rentables, la rígida demanda universal que le ha impuesto al mundo entero la pandemia debería poner un límite a la extensión de las patentes, cuyos efectos actuales operan en contra de un combate, ya de por sí desigual.
La vacunación de gran parte de la población planetaria configura un negocio de proporciones siderales, que los países productores de las vacunas no están dispuestos a perder. Ese propósito se advierte en la creación del COVAX, como instrumento de ayuda a los países en desarrollo por los del primer mundo, lo que consolida la situación, sin remordimientos mayores, por la descomunal transferencia de recursos.
La brecha entre los países ricos y los países pobres se abre aún más, como las hojas de una tijera, de tal modo que la desgracia universal que es la pandemia, hace más ricos a los que ya son ricos y empobrece más a los pobres.
Hay quienes ya proponen una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual sobre las patentes de las vacunas, sosteniendo que permitiría su acceso con mayor rapidez y facilidad para proceder a su producción en otros países. Lo que, además de razones de justicia sanitaria, dada la incertidumbre existente en cuanto a la duración de los efectos de la vacuna y la perversa propagación del mal, daría mayor seguridad a la inmunidad global.
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