Pasaron casi seis meses desde las controvertidas elecciones presidenciales en Venezuela y sin embargo no fue posible torcer el rumbo de lo inevitable, el abismo político. Un gobierno que se sostiene en el poder cada vez más aislado, replegado, deslegitimado y coactivo. Una oposición que vuelve a verse frustrada, impotente, reiterativa. Con Venezuela hay una sensación de déjà vu permanente, que resulta dramática cuando hay millones de personas forzadas a la emigración y graves denuncias de violaciones a derechos humanos fundamentales.
La situación de Edmundo González Urrutia hace recordar a la de Juan Guaidó, ambos se proclamaron presidentes legítimos, pero desde el exilio, sin lograr asumir efectivamente el poder central. En sus giras por distintos países lograron el apoyo de varios gobiernos, aunque, en el caso de Guaidó pasó luego solamente a ser considerado un “interlocutor privilegiado”. Habrá que ver qué depara el destino de González Urrutia y la influencia de María Corina Machado, la candidata proscripta. Muchos observan con incertidumbre cuál será la postura de Donald Trump, más allá de sus declaraciones y no descartan ningún escenario.
Ni el Grupo de Contacto Internacional sobre Venezuela, promovido por México y Uruguay en 2019, ni los diálogos facilitados por Noruega y el Acuerdo parcial de Barbados para la promoción de derechos políticos y garantías electorales para los venezolanos sirvieron para detener el acelerado deterioro institucional que sufre aquel país, sobre todo desde 2017, cuando se anularon las competencias de la Asamblea Nacional, que tenía mayoría opositora.
Como dijo el exembajador uruguayo en Caracas (2023-2024), Eber da Rosa, “hubo un exceso de expectativas de que haya una elección realmente democrática”. “Un dirigente de la oposición me decía que tenían los votos, pero yo le contestaba que Maduro tenía las Fuerzas Armadas”, agregó. “Ahí está el problema. Las posiciones están muy radicalizadas. Yo le dije también a algún dirigente venezolano que hacía falta un proceso previo, como el que tuvimos en Uruguay [para la salida de la dictadura], de negociación y de transición para habilitar la posibilidad de una apertura”, sostuvo en entrevista con Montevideo Portal.
“Veía posiciones como la de Diosdado Cabello, que decía que iba a ‘haber chavismo por 200 años’, mientras que por el otro lado la oposición decía que si ganaba el gobierno iban a ir todos presos. Evidentemente, ninguna de las dos opciones era viable. Se veía que eran dos trenes que iban a alta velocidad por la misma vía y en sentido contrario”, añadió el político y diplomático uruguayo.
Y efectivamente los trenes chocaron y nada se pudo hacer. Hay una situación de no retorno cada vez más pronunciada, en la que Maduro parece haber quemado las naves. La puesta en escena de la juramentación también generó otro déjà vu con un pasado no muy lejano.
“El 10 de enero pasado, como ya habíamos previsto, Nicolás Maduro se juramentó como presidente de la República, en violación de la Constitución y las leyes, para dar inicio a un gobierno inconstitucional, una dictadura. Tal como el 12 de abril de 2002, cuando se juramentó Carmona Estanga, luego de consumado el Golpe de Estado, Maduro hace lo mismo, después del fraude electoral del 29 de julio pasado y de imponerse por la violencia, atropellando la voluntad del pueblo y violando abiertamente la Constitución. Ambas fechas, quedarán para la historia, como días de infamia”, escribió Rafael Ramírez, quien fue un alto jerarca durante los gobiernos de Hugo Chávez y los primeros años de Maduro.
Concretamente, Ramírez fue nada menos que ministro de Petróleo y Minería y presidente de Pdvsa durante más de una década junto a Chávez y presidente fundador del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Ramírez rompe con Maduro en 2017, exponiendo varias críticas cuando todavía era embajador ante la ONU. Luego, él mismo fue señalado por miembros del gabinete madurista con varias denuncias de corrupción por su gestión en el ente petrolero y se exilió en Roma, donde reside actualmente.
Ya en el año 2020 Ramírez afirmó en un documental de la cadena alemana Deutsche Welle llamado Petróleo y ruina, el éxodo venezolano, que durante la década que estuvo al frente de Pdvsa se perdieron unos 700 mil millones de dólares. “Hay que poner las cosas en su sitio, creo que al menos un 30% de nuestros ingresos se nos fueron en manos de la corrupción y del despilfarro. O sea, un mecanismo de extracción de dinero del país. Ese dinero está en los grandes países desarrollados. Ese dinero está en Europa y en los Estados Unidos. Ahí está”, dijo Ramírez.
Recientemente, en su columna titulada “El aquelarre del madurismo”, Ramírez advierte sobre los próximos pasos que tomará Maduro en el poder. “Está claro que la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, constituye, en el marco jurídico-político, un límite, un freno al madurismo. Por ello, el gobierno de Maduro la ha violado sistemáticamente durante estos más de 10 largos años de destrucción del país. Ahora, con la dictadura, el madurismo –que se siente fuerte– ha decidido derogar la Constitución, para reformar las leyes que la desarrollan y terminar de convalidar la entrega del país, comenzando con el sector petrolero, y la reserva y los preceptos constitucionales que establecen nuestra soberanía sobre nuestros recursos naturales; y, a la vez, introducir aspectos que conculcan los Derechos y Garantías Fundamentales, alcanzados con ella. Pero todo lo que hagan, será ilegítimo”, subrayó.
Por otra parte, Ramírez critica a la oposición política venezolana por no entender las diferencias entre el madurismo y el chavismo. “La oposición tradicional no ha entendido este aspecto fundamental, por lo cual, su discurso y las posiciones prevalecientes de grupos intolerantes, le impiden articular un mensaje que permita atraer al chavismo, empezando por el chavismo militar. Ésta es la principal razón por lo que, a pesar del enorme rechazo al gobierno de Maduro, no se ha podido producir –ni se producirá– un quiebre a favor de grupos políticos que solo prometen revancha y ‘cobrar’, tras una eventual victoria”, agregó.
En esa línea, se distancia radicalmente de aquellos discursos que proponen la opción de la intervención militar extranjera, que en definitiva considera funcionales a Maduro y a su “aparato de propaganda”. “Los opinadores y expertos de la oposición, incluyendo operadores internacionales, no entienden el fenómeno del chavismo y su diferencia con el madurismo. No entienden que el país cambió para siempre. Es a partir de comprender el proceso y la dinámica política y social venezolana que se debe construir una alternativa política para resolver el conflicto”, sostiene Ramírez.
Lo obvio y lo complejo
Las reflexiones de Ramírez permiten indagar en algunos aspectos que suelen quedar ahogados por la tremenda polarización que existe respecto a Venezuela. Un esfuerzo por entender los cambios sociales, las bases de apoyo político y los mecanismos de perpetuación en el poder, materiales y psicológicos. Pero también es necesario hacerlo respecto a la estructura económica que degrada las instituciones y los valores, la proliferación de la corrupción y del crimen organizado trasnacional, así como el contexto geopolítico que condiciona el panorama.
Discutir si hay o no un quiebre democrático en ese país es absurdo por lo evidente de la deriva autoritaria y dictatorial. Venezuela ha sido suspendida del Mercosur por violación del Protocolo de Ushuaia sobre Compromiso Democrático y a pesar de alguna intención de volver a convocarla, sigue al margen sin voz ni voto. El asunto es cómo promover una salida pacífica que restablezca las garantías fundamentales en aquel país y alcanzar un acuerdo nacional para cambiar el rumbo económico.
Desentenderse de aquella realidad y abonar el continuismo es intolerable. Los países de la región, en donde habitan dispersos millones de venezolanos, tienen la responsabilidad de tomar cartas en el asunto. Pero sumarse al coro de los que sugieren una invasión o una guerra civil es inadmisible, porque esos conflictos se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo terminan, pudiendo hacer metástasis en países vecinos, como sucede en otras latitudes.
Suele señalarse la particularidad de que se hayan nombrado 2000 generales en las Fuerzas Armadas, más que duplicando a Estados Unidos en esa cifra, como una forma de comprar lealtades y dificultar la organización de golpes internos. Edmundo González intentó sin éxito asumir un rol de comandante en jefe para que los militares desobedecieran a la cúpula de mando. El tema de las amnistías ha estado presente en los diálogos de transición y normalmente se remite a las salidas democráticas en otros países sudamericanos, pero la cuestión sigue sin resolverse.
El Pacto de Punto Fijo de 1958 logró, después de varios años de golpes de Estado y distintos gobiernos militares, establecer un período democrático y de alternancia en el poder entre partidos políticos. Fue la caída del precio del petróleo en la década del 80 y la adopción de políticas neoliberales que con sus recetas llevaron al país al estallido social del “Caracazo” de 1989. Chávez fue el dirigente político que logró interpretar ese movimiento y que, tras fracasar por las armas, pudo organizar un movimiento político que inició con un enorme apoyo popular. Lamentablemente, su irrupción significó la ruptura de la continuidad de lo esencial del Pacto de Punto Fijo, en parte por la retórica y el estilo de Chávez y en parte por la actitud conspirativa y reaccionaria de los opositores de aquel momento.
El paulatino acercamiento del chavismo en el poder a la Cuba de los Castro y la adopción de un Socialismo del Siglo XXI (con características caribeñas), fueron desvirtuando aún más el proceso. En un Consejo de Ministros en el año 2012, Chávez les advirtió a los integrantes de su gabinete: “El poder popular no es desde Miraflores ni desde los ministerios, véanse bien la cara en los espejos, pueden quedar en la historia como los liquidadores de este proyecto”.
El sesgo rentista
Venezuela sigue siendo un petroestado, con el agravante que –según el FMI– en 2013 tenía un PBI de 372 mil millones de dólares y ahora es de 106 mil millones. La drástica caída en los precios del barril de petróleo en 2014, sumada a la falta de inversión, problemas de infraestructura y sanciones internacionales hicieron caer en el ranking de los principales exportadores y llevó a una hiperinflación con desabastecimiento. En las más de dos décadas de “revolución bolivariana”, alcanzó en sus primeras etapas una reducción significativa de la pobreza a través de las misiones y planes sociales, pero no logró ni mayor industrialización ni mayor democratización.
En su trabajo Venezuela: auge y caída de un petroestado, Diana Roy y Amelia Cheatham (Council of Foreign Relations) afirman que Venezuela es un “arquetipo de un petroestado fallido”. En esa línea, indican que, en los últimos años, las exportaciones de petróleo han financiado casi dos tercios del presupuesto del gobierno, pero también señalan la caída de la producción, la economía turbulenta, la deuda descomunal, la hiperinflación y la creciente autocracia, que llevaron a una crisis humanitaria. En su ensayo explican que el país sudamericano no logró superar la llamada “enfermedad holandesa” o “maldición de los recursos”, como sí lo hizo, por ejemplo, Noruega. El país nórdico ha disfrutado un “crecimiento económico constante desde la década de 1960, cuando se descubrieron vastas reservas de petróleo en el Mar del Norte” y en 2024 se proyecta que el sector petrolero representará solo el 20 % de su PBI. Citando a Jeffrey Sachs, indican que “el objetivo principal de un gobierno debería ser utilizar las ganancias del petróleo de manera responsable para financiar gastos en bienes públicos que sirvan como plataforma para la inversión privada y el crecimiento a largo plazo”. “Esto puede lograrse financieramente, invirtiendo ampliamente en activos internacionales, o físicamente, construyendo infraestructura y educando a los trabajadores. La transparencia es esencial en todo esto”, añade.
Cabe recordar lo que explicaba el profesor venezolano José Briceño Ruiz en entrevista con La Mañana: “En Venezuela se aplicó un modelo irracional que castigó la inversión privada y creó condiciones para que no venga inversión extranjera. Se realizó una política que ha llevado a la destrucción de la moneda, con un gasto publico insensato y exagerado que ha causado un proceso inflacionario casi sin antecedentes en la historia económica de América Latina y diría del mundo”. “No se hizo la mínima transformación en el sistema económico venezolano, que depende fundamentalmente de la producción del petróleo y la exportación de ese producto. Es un viejo problema pero que se ha radicalizado en el gobierno de Maduro. Casi el 90% de los ingresos dependen del petróleo y se destruyó el sector agrícola con las expropiaciones. Todo lo que se consume se importa. Cuando Chávez llegó al poder había varios sectores autosuficientes, como por ejemplo en el arroz y hoy día es importado. También se destruyó la confianza de los inversores que decidieron sacar sus recursos a otros países. Ningún gobierno progresista aplicó este modelo”, subrayó Briceño.
El economista José Félix Rivas Alvarado, exembajador de Venezuela ante Mercosur y ALADI, e integrante del gobierno de Maduro, en un artículo reciente ponderó la incidencia de la extracción de hidrocarburos en el aparato productivo a través del encadenamiento intersectorial e interindustrial. Sin embargo, luego se preguntó: “¿Por qué esta industrialización no ha ocurrido en toda su potencialidad?”. Rivas considera que “ha dominado un sesgo rentista que conspira con la dimensión productivo-industrial” básicamente por tres motivos: el objetivo de Pdvsa de extraer la mayor cantidad de petróleo posible; un “ecosistema pernicioso” por parte de intermediarios importadores/comercializadores; y una concepción dominante de los economistas formados en “macroeconomía del crecimiento” y no en “macroeconomía del desarrollo”.
“Hundiéndonos en el excremento del diablo”
La prédica de Rivas no es reciente, aun cuando parece no haber encontrado mucho eco. Ya en el 2011 fue el presidente del Comité de Publicaciones del Banco Central de Venezuela que reeditó un clásico de la literatura económica de ese país: Hundiéndonos en el excremento del diablo, libro de Juan Pablo Pérez Alfonzo publicado primera vez en 1976. El provocador título parece ser una especie de profecía, en momentos de auge de la Venezuela petrolera. Lo más interesante es que su autor, Pérez Alfonzo, fue ministro de Minas e Hidrocarburos durante el gobierno de Rómulo Betancourt y nada menos que el principal fundador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960.
En 1928 Venezuela fue convertida en el primer exportador mundial neto de petróleo con 106 millones de barriles producidos ese año y entre 1917 y 1928 la participación fiscal de Venezuela fue de 8 millones de dólares, el equivalente al 3% del valor total de las exportaciones de la producción acumulada, cuando el precio del barril de petróleo rondaba entre 1 y 2 dólares. Fue gracias a la iniciativa de Pérez Alfonzo que se promovió en la década del 40 la famosa tasa impositiva del “fifty-fifty” que incrementó los ingresos fiscales para el Estado al establecer que las ganancias fueran compartidas en un 50-50 entre el Estado y las empresas, lo que fue un gran avance hacia la soberanía económica y una inspiración para otros países exportadores de petróleo. Sin embargo, con el derrocamiento del presidente Rómulo Gallegos, es encarcelado y se va exiliado a Estados Unidos.
Pérez Alfonzo abogó toda su vida por alcanzar el precio justo del petróleo, por establecer el régimen de cuotas en la producción mundial y en definitiva por independizarse de ese recurso “para que Venezuela comience a corregir su maligna deformación económica” y abandonar un eslogan que se repitió por mucho tiempo: “El petróleo es nuestro, lo demás lo importamos”, como decía irónicamente respecto a la ley de nacionalización del petróleo de 1975.
Venezuela se encuentra hoy entrampada política y económicamente. Pero también se ha convertido “en un elemento de regateo estratégico de grandes potencias”, como ha señalado Briceño Ruiz. Y como sabemos, en el mundo hay movimientos tectónicos significativos, aunque todavía en una etapa en la que no se destruye lo viejo y no se consolida lo nuevo. Con todos estos condimentos, resulta difícil pronosticar una salida.
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