Hace ya bastante tiempo la discusión política en nuestro país está contaminada con lo que pasa en Venezuela, más en el contexto electoral actual, en el que ambos países tienen elecciones el mismo año.
En tiempos electorales se hace muy difícil separar las opiniones que intentan interpretar y analizar la realidad de las que son forzadas para que encajen en una campaña y puedan capitalizarse en las urnas. En muchos casos, las posiciones ya parecen estar tomadas de antemano y se extreman con el objetivo principal de sacar un rédito partidario. Notoriamente, buena parte de las movidas políticas con convocatorias a firmar declaraciones y comunicados de prensa demuestran más una intención por ser visible que una preocupación real por la situación dolorosa que vive Venezuela. El ataque con calificativos efectivos hacia el otro lado que buscan dañar al adversario lejos está de contribuir a la comprensión de estas realidades muy distintas a la nuestra y tan complejas de resolver por los fuertes intereses que existen de todos lados.
Por lo tanto, uno entiende razonable que quienes tienen responsabilidades políticas e institucionales actúen con la mesura y el nivel de responsabilidad que la situación lo requiere.
Ahora, esta necesaria actitud seria y prudente que uno comprende en nuestros representantes no impide reconocer que lo que pasa en Venezuela es indefendible desde hace mucho tiempo y esta última elección lejos está de ser creíble. La falta de transparencia y garantías rompe los ojos, con opositores proscriptos y encarcelados, con el presidente anunciando violencia si es derrotado en las urnas, con el presidente de Brasil manifestando su preocupación y decidiendo no enviar observadores a la elección, con veedores elegidos o vetados según la afinidad, con competidores autoproclamándose ganadores antes de empezar la elección, con gobiernos de distintos signos ideológicos pidiendo transparencia, como el caso del presidente Boric, que cuestiona la veracidad de los resultados publicados.
Resulta muy difícil confiar en que una elección puede ser justa y libre si no hay imparcialidad y transparencia garantizada, menos si se demora tanto tiempo en comunicar resultados.
Con todos estos hechos comprobados, sumada la postura crítica de presidentes y referentes de izquierda de la región, uno puede sacar conclusiones propias, sin necesidad de ubicarse ciegamente de un lado u otro para retransmitir narrativas preestablecidas.
En nuestro país, la demagogia y el oportunismo electoral de algunos dirigentes de la coalición es muy clara, se nota mucho que hay más interés en dañar al adversario que una verdadera preocupación por los destinos del pueblo venezolano.
También fue notoria la falta de responsabilidad del presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales del Frente Amplio, que salió presuroso a dar una opinión pública, que parecía un respaldo al gobierno de Venezuela y una especie de aval del proceso electoral, habiendo tantas dudas y sospechas de esta elección, que hasta los propios líderes de izquierda de la región estaban siendo cautelosos y críticos.
Otro hecho que generó polémica fue el comunicado del MLN que, si bien fue inoportuno e incómodo para el resto del Frente Amplio, tampoco da para entrar en la sobreactuación y exageraciones de algunos dirigentes políticos, que plantean que poco más que el Uruguay corre riesgo de terminar en una situación parecida a Venezuela por este simple comunicado, que no se caracterizó por la pluma fina de otrora, y del que no son novedad las posturas nostálgicas y ancladas en el pasado que allí se expresan.
Quizás haya torpeza y razones simples, quizás haya una intención más sofisticada que no se ve a simple vista, lo claro es que prácticamente nadie lo defendió públicamente, y eso dice mucho.
Lo que sí se puede analizar, tratar de entender y discutir, es qué función puede cumplir en la vida política de nuestro país y cuánto puede contribuir a la sociedad una organización creada para la lucha armada en un contexto tan lejano en tiempo y realidad.
Eleuterio Fernández Huidobro, uno de los fundadores, alguna vez contó que cuando los viejos tupamaros decidieron fundar el MPP y hacer política partidaria dentro de la democracia fue porque entendían que la realidad por fin había cambiado y que la forma de buscar la justicia social estaba ahora en la militancia política y en las urnas, no en la lucha armada. Tuvieron que renunciar a ella y decidieron que el MLN estuviera ahí por si en algún momento de esa época todavía complicada tenían que volver a la lucha armada., pero el trabajo era que jamás tuvieran que volver a militar en el MLN por lo que eso significaría para el país y sobre todo para la gente. El Ñato también decía que ningún tupamaro tomó la decisión de las armas como juego ni por gracia, era una decisión desgarradora para muchos, dolorosa para tantas familias con heridas muy profundas.
Por lo tanto, uno podría entender la existencia de esta organización en la actualidad si el objetivo es recordar una época en tono y actitud de reflexión, superación y reconciliación, que busque generar pensamiento propio, ideas nuevas y que se abraza al futuro como lo han hecho a lo largo de todo este tiempo viejos referentes protagonistas de la historia, como Huidobro o Mujica. Pero esta mirada anclada en el pasado, romántica sobre la violencia, con posturas infantiles y consignas viejas a través de las redes sociales, nada tiene que ver con aquella realidad ni con el contexto y los objetivos de esa época. Hoy, lo que están haciendo algunos tupamaros modernos con estas acciones es, en parte, rebajar la dignidad de la propia organización a la que están orgullosos de pertenecer.
*Integrante de la Corriente de Acción y Pensamiento Libertad- Frente Amplio
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