Los candidatos a ocupar los cargos de ministro y subsecretario de Salud Pública han anunciado su intención de darle impulso al aborto y la eutanasia. Los futuros funcionarios, desde una impronta sanitaria, han manifestado su decidido interés en impulsar medidas que favorezcan la ampliación de las posibilidades de abortar por parte de nuestras compatriotas mujeres y la aplicación de la eutanasia a los enfermos que padezcan enfermedades que les irroguen grandes padecimientos. Parecería que multitudes de mujeres preñadas reclaman por desembarazarse de sus hijos y multitudes de enfermos claman por ponerle fin a su vida. En realidad, no es más que un espejismo, alimentado por un enfermo afán de protagonizar una campaña contra la vida en sus manifestaciones más débiles: la de los niños por nacer y la de los enfermos que padecen graves dolores.
No hay imagen más enternecedora y provocadora de alegría que la de una madre que sostiene a su hijo recién nacido. No hay situación de mayor recogimiento que la de un ser humano que se aproxima al fin de su vida y se encuentra próximo a abandonar todo lo material que lo acompañó durante ella.
Nos preguntamos si el Uruguay tiene necesidad de promover el aborto y la eutanasia o si por el contrario debería aplicar la mayor cantidad de recursos posibles para aumentar la natalidad en un país poco poblado y en el que las muertes vienen superando los nacimientos. En definitiva, creemos que los recursos que utilizan para promover y practicar abortos serían mejor utilizarlos para estimular nacimientos que nos permitan superar nuestras dificultades demográficas. También tenemos certeza de que los cuidados paliativos en que se utilizan los numerosos recursos analgésicos de la medicina hacen innecesaria la eutanasia, que convierte al médico en un verdugo. Para el gran público que carece de experiencias personales en la materia, el aborto puede parecerle algo similar a la eliminación de un absceso molesto. En lo personal pudimos medir la gravedad del hecho cuando recibimos la versión de mujeres que lo padecieron y jamás recibimos un relato que revistiera “gran felicidad”, pero además nos impresionó un video que se exhibió sobre la forma de cómo se materializa esta operación, que supone despedazar al feto, que hace varios intentos absolutamente estériles por protegerse en una escena verdaderamente desgarradora. ¿Es acaso admisible que se pueda calificar esta intervención como un aporte a la “felicidad pública”, o por el contrario se trata de una práctica que supone una verdadera salvajada que nadie puede desear que se practique contra cualquier manifestación de la vida humana? En el caso de la eutanasia, estamos convencidos de que las posibilidades analgésicas de las que dispone la medicina moderna hacen innecesaria esta práctica que convierte a los galenos en modernas parcas, cuando a esta profesión siempre se la vio como una protección de la vida, como el bien más valioso del ser humano y presupuesto de cualquier otro derecho.
En definitiva, desde tiempos remotos rige en nuestra sociedad el mandato de “No matarás”, porque la vida humana es principio y fin de cualquier otro privilegio o derecho humano. No tenemos duda de que la debida protección de la vida humana, más allá del derecho positivo, tiene su fundamento en que la vida humana es el asiento ineludible de cualquier construcción social, cultural, económica, política o de cualquier otra naturaleza. Es presupuesto insoslayable de cualquier construcción, que pretendamos los seres humanos y por tanto debe ser protegida de la forma más amplia posible. El actual pujo abortista y eutanásico no es más que el reflejo de corrientes que procuran destruir la civilización más exitosa de la historia universal, por motivos de diversas índoles que van desde el más desembarazado egoísmo a un disimulado racismo.
Los doctores muerte deben recordar que el fin de Herodes no es deseable y que la vida triunfa siempre sobre la muerte, en una renovación eterna que ninguna fuerza humana puede destruir, ni siquiera uno de los tantos proyectos mundialistas que impulsados desde organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales se impulsan con absoluta falta de decoro. La pretensión de limitar la objeción de conciencia es una muestra del desprecio al derecho de los demás y como si no fuera suficiente legalizar muertes, se pretende, contra la libertad de conciencia, obligar a practicar comportamientos que conllevan el fin de la vida.
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