En charlas con amigos, con frecuencia nos preguntamos sobre la situación actual de Occidente. ¿Cómo se explica que los Estados aprueben leyes a favor de la “autopercepción”, mientras cancelan la biología? ¿Cómo se explica que hayan legalizado la eliminación de seres humanos de 12 semanas de concebidos, como si fueran –¡en contra de lo que dice la ciencia!– un mero amasijo de células? Cuando intentamos responder a estas cuestiones, siempre concluimos que el motivo principal es la brutal falta de realismo que padece nuestra cultura.
¿Qué es el realismo? Es la filosofía perenne que en la antigüedad clásica alcanza su culmen con Aristóteles y en la Edad Media su máxima cumbre con Santo Tomás de Aquino. Es la filosofía que reconoce que las cosas existen realmente, fuera de la mente, al tiempo que afirma que las cosas no pueden ser y no ser a la vez y en el mismo sentido: una cuchara es cóncava y convexa a la vez, pero por el lado cóncavo no es convexa y por el convexo no es cóncava. Es la filosofía del sentido común, que afirma que existe un puente real entre la mente y la realidad.
Chesterton recuerda en su biografía sobre el Aquinate, que desde el inicio de la modernidad en el siglo XVI ningún sistema filosófico se correspondió “con el sentido de realidad de todo el mundo”: con el sentido común. Todos los sistemas que desde entonces crearon los filósofos modernos demandaron el sacrificio de la cordura, prometiendo enderezar el mundo “si se les permite retorcer la mente tan sólo una vez”.
Así las cosas, ¿es posible pensar en restaurar el realismo promoviendo el estudio directo del tomismo en colegios y universidades? Hay quien opina que antes es necesario lograr que los jóvenes comprendan que hay una diferencia real entre la verdad y el error. Además, para comprender los argumentos se necesitarían ciertas disposiciones de las que habitualmente se carece en nuestra era. De ahí la dificultad de llevar al conocimiento de la verdad –mediante el uso de argumentos filosóficos– a quien no reconoce la diferencia absoluta entre “ser” y “no ser”.
¿Qué hacer entonces? Una posibilidad es hacer lo que hizo John Senior en su Programa de Humanidades Integradas en la Universidad de Kansas: puso a sus alumnos en contacto con la naturaleza, con el campo, con los arroyos y los animales, con el mar y las estrellas, con la lluvia, la nieve y el calor. ¿Por qué? Porque para anclar los conceptos y argumentos en lo real, es necesario estimular la imaginación, la memoria y las emociones con vivencias reales. Los sentidos necesitan ejercitarse, deben tener experiencias sanas.
Y es que “para pensar en la belleza, la bondad y la justicia —dice Dom Francis Bethel en su biografía sobre Senior—, primero hay que tener la experiencia y la imagen de una cosa concreta: la belleza de un arco iris, la bondad de una madre, la justicia de un padre. (…) Es a través de la naturaleza de lo visible, que llegamos al conocimiento de lo invisible”.
Como dice Senior en “La restauración de la inocencia”, “un niño no puede admirar honestamente al creador hasta que no admire honestamente las cosas que él hizo. Es un insulto ignorar la obra del artista mientras se le alaba de oídas, como si por las cosas invisibles de Dios llegáramos a conocer las cosas visibles de la tierra”. (…) “Esta cosa es buena; no pudo hacerse a sí misma; por tanto sabemos que Aquel que la hizo es bueno”.
Para restaurar la razón, antes es necesario restaurar el amor, que empieza por un conocimiento concreto de aquello tocamos, gustamos, olemos, escuchamos y vemos. El problema del hombre moderno es que su falta de contacto con la naturaleza, deteriora su capacidad de percibir con sensatez y deleitarse con su entorno.
Por eso, sólo una experiencia rica y sana del mundo real, solo un conocimiento adquirido con delectación, en contacto directo con las cosas creadas, puede llevar al asombro. Y sólo el asombro ante lo real –complementado con la lectura de los buenos libros de siempre, que estimulan la imaginación y la memoria– puede llevar a la filosofía perenne, a la sabiduría y en último término, a la felicidad. Este es al menos el camino por el que John Senior llevó a sus alumnos de regreso al realismo.
Algo tendrá que cambiar en la educación actual y futura si los padres quieren que sus hijos lleguen a ser sabios y felices. En el caso de los más pequeños, el apartamiento de lo virtual y la inmersión en lo real, debería ser el principal objetivo.
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