Una vida de superación permanente, de un Uruguay que no podemos perder.
Adrián Peña era simpático, inteligente y de muy buen humor. Muchos de sus colegas políticos que lo recuerdan por estas horas lo describen resaltando esas características. Pero las valoraciones positivas de su persona pueden y deben ser más profundas y trascendentes porque en realidad era mucho más que simpatía, inteligencia y buen humor, que analizadas en rigor ninguna de éstas es una virtud en sí misma.
Quizá las valoraciones de más peso provienen de quienes estaban más distanciados políticamente de Peña.
Carolina Cosse, precandidata del Frente Amplio que se encuentra en las antípodas del pensamiento representado y embanderado por Peña señaló que trabajó “varios temas con él” y en todos los casos “fue una persona leal y de fuertes valores republicanos”. El senador Guido Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto, lo describió como “un firme luchador por sus ideas”.
Ambos comentarios valen por sí solos para resumir sus mayores virtudes humanas y políticas, y conviene resaltarlos porque no provienen de personas de alago fácil, ni siquiera en momentos de sensibilidad humana como el que nos toca ahora.
Apertura mental
Además de “leal”, poseedor de “fuertes valores republicanos” y ser “un firme luchador por sus ideales”, Peña llegó a destacarse en la política como un excelente senador y ministro. Para reconocerlo como tal tampoco es necesario estar de acuerdo con sus posicionamientos políticos, porque la buena política es mucho más de lo que se piensa, también es una forma de proceder ante los propios como los eventuales adversarios.
Era un líder de diálogo, abierto y dispuesto a cambiar su visión de las cosas si le daban los argumentos valederos. Cuando se poseen valores democráticos e ideas nobles no se pierde la predisposición a escuchar y entender las razones ajenas. Tampoco en aceptarlas y tomarlas si son buenas y están bienintencionadas. Así era el Peña de la política.
El Uruguay que todos queremos
También era fruto del Uruguay que todos queremos, del que nos sentimos orgullosos y que nos preocupamos por no perder. Ese país donde el joven de hogar humilde puede alcanzar sus sueños más altos.
Criado en San Bautista, en Canelones, de familia trabajadora y granjera, estudió y vivió allí toda su vida. Valoraba sus raíces y los afectos humanos que forman la amistad.
Construyó su nombre entusiasmado por las ideas de Batlle y Ordóñez que descubrió en un libro de historia. Años después lo cautivó el carisma de Jorge Batlle votándolo en 1994, según contó a La Mañana en una entrevista que concedió en febrero del año pasado.
En esa misma entrevista reconoce que “era muy difícil” que tuviera éxito en política por provenir “de un lugar muy humilde” y “es muy difícil avanzar en política” donde hay tantas personas capaces y formadas. Sin embargo, a pesar de ser consciente de esa situación su sueño -más que un sueño un objetivo definido- era ser parlamentario. Cuando visitó el Parlamento siendo liceal “yo dije que iba a volver como diputado, y fue así”, contó.
También fue empresario exitoso en el rubro avícola. Empezó sin nada y los altos y bajos del mundo empresarial lo llevaron a quebrar para levantarse y continuar. Y como si la política y la empresa no fueran actividades suficientes, también se destacó como estudiante universitario.
El legado de Peña puede tener varias aristas, las discrepancias pueden ser muchas, pero es el resultado del mejor Uruguay: hombre vinculado a la actividad rural, empresario, cercano a los suyos, dirigente deportivo en un pequeño club de su localidad, diputado, senador y ministro. Todo a base de esfuerzo y trabajo. Además de eso firme con sus ideas y leal.
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