El anuncio de la reapertura de un medio de prensa escrito genera un cúmulo de reflexiones que intentaremos ordenar. Podríamos referirnos a que nuestros textos constitucionales, ya desde 1830 -aunque su plena vigencia recién se inició con la primera presidencia de Manuel Oribe en 1835-, consagraba la libertad de prensa en su artículo 141. Ello demuestra el inquebrantable compromiso de nuestra República no solo con la libertad consagrada sino con la erradicación de cualquier forma de censura previa.
Esta reapertura también nos mueve a una bienvenida obligatoria en la medida en que la garantía más efectiva de la libertad de prensa es la pluralidad de medios que puedan reflejar la mayor cantidad de información y con las más variadas interpretaciones de esa misma información.
De nada serviría la consagración de la libertad de prensa si no se contara con medios que aseguren la erradicación de cualquier tipo de “verdad oficial” o de “única versión” que, en definitiva, terminaría por coartar aún la libertad de pensamiento de quienes reciben la información por falta del desarrollo de la visión crítica y el conocimiento de tantas verdades como la cantidad de intérpretes de los hechos existan.
Pero aún hay más motivos de festejo por la iniciativa. Hace ya muchos años que se viene vaticinando el colapso de la impresión como forma de difusión de noticias y, aún, del conocimiento científico. No han sido pocos los agoreros del fin de las imprentas, las ediciones, las obras impresas y, sin embargo, el ansia de conocimiento sigue manteniendo en vigencia el medio impreso, con la incorporación, por supuesto, de otros medios de difusión igualmente eficaces.
Es por ello que debe saludarse la valentía y el coraje de quienes emprenden este desafío con renovado ímpetu. Pero la inmejorable oportunidad de la iniciativa también está dada por la actual situación de desinformación a la que nos enfrentamos los individuos. No vamos a criticar la incorporación de nuevas tecnologías en la comunicación interpersonal porque son herramientas extremadamente útiles al efecto. Pero esas tecnologías dificultan, en muchos casos, que el destinatario advierta si se está frente a una noticia, una tergiversación de la realidad, una opinión, una propaganda o una mera falsedad.
La cuestión es que tenemos el contenido, tenemos el medio, tenemos el lector o consumidor del mensaje, pero nos está faltando el elemento esencial y que hace la diferencia: el profesional de la información detrás del mensaje. El periodista es el que pone su trayectoria, su credibilidad, su impronta, su seriedad y se compromete con el contenido difundido. El periodista es el que permite distinguir lo veraz de lo falso, la información de la propaganda, la noticia del rumor.
El periodista es el que pone punto final a la condescendencia y el que presta su voz a las multitudes silenciadas. El periodista es el que pone en riesgo aún su vida si es necesario por la mayor de las causas: la libertad de prensa, componente inescindible de la libertad de pensamiento. La libertad de prensa es el estandarte, el periodista su portador y el medio de prensa la plataforma desde donde se libra la batalla contra la oscuridad, la desinformación, la manipulación de los hechos.
Con más medios de prensa, tendremos una sociedad más y mejor informada, más libre, con más elementos para defenderse de los malos gobernantes, de los deshonestos y, aún, de los mercachifles que pretenden sacar provecho de las ilusiones de los necesitados.
Muchos años de vida parafraseando a los patriotas: “Carabina a la espalda y sable en mano”.
Hoy, lápiz en mano.
(*) Diputado del Partido Nacional