Es verdad que los uruguayos tenemos varios motivos para sentirnos satisfechos o hasta orgullosos del funcionamiento de la democracia y las instituciones en nuestro país. Que tiene gente tranquila, que convive pacíficamente y que a pesar de su tamaño ha logrado destaque internacional en múltiples ámbitos.
No es menos cierto que somos propensos a la creación de mitos y a eludir los temas incómodos que nos enfrentan a las realidades más duras. Y que muchas veces nos domina una costumbre fastidiosa de compararnos con otros países, en especial con Argentina y Brasil.
En los países vecinos hay una polarización muy grande, al punto que ya hubo dos intentos de asesinato a líderes políticos: a Bolsonaro en 2018 y a Cristina Fernández en 2022. Si la tragedia no fue mayor es por milagro. Es imposible saber con certeza el efecto dominó que se hubiera generado, pero no es difícil imaginar los terribles escenarios.
La historia del Uruguay independiente está cerca de cumplir dos siglos y está plagada de guerras civiles, golpes de Estado, magnicidios e intentos de magnicidio. El voto secreto se consagró recién en 1918 y las mujeres sufragaron en elecciones generales por primera vez en 1938. De modo que la trayectoria institucional del país se fue construyendo también en base a severos traumas, de los que se salió un poco mejores.
Es muy factible que la importancia y el rol que juegan los partidos políticos uruguayos sean un factor de estabilidad sumamente relevante. Los partidos tradicionales colorado y blanco, aun con sus profundas diferencias, tuvieron la enorme capacidad de encaminar al país en el periodo embrionario y en el de consolidación del Estado.
La crisis económica de los años ’50 y ’60 llevó a buena parte de la intelectualidad uruguaya a preguntarse seriamente sobre la viabilidad del país. El surgimiento del Frente Amplio en 1971 de alguna manera intentó corresponder a esa inquietud, en un contexto internacional y regional cada vez más polarizado.
Momentos de crispación entre los actores políticos existió siempre, acaloradas discusiones parlamentarias, batidas a duelo, peleas callejeras entre militantes. Pero simultáneamente era el Uruguay de los cafés y de las tertulias donde convergían figuras de todos los pelos ideológicos. Era el Uruguay de cercanías, el de la escuela pública niveladora e igualadora, el de los barrios de clase media, hasta de los ‘chorros’ con códigos de familia.
La sociedad actual es bastante diferente. El avance impresionante de las tecnologías ha multiplicado las posibilidades de comunicación a nivel global de una forma inusitada y con ello expande un sinfín de oportunidades. Hay un acceso formidable al conocimiento y se abre la ventana para la solución de muchos padecimientos humanos. Pero la contracara también se refleja en las tendencias a la ruptura de la amistad social y la afectación económica de la clase media.
En la sociedad uruguaya en particular se ha profundizado en las últimas décadas la fragmentación socio-territorial, se ha deteriorado la enseñanza y ha explotado el tráfico y el consumo de drogas. Por otra parte, se cayó en una inercia política que parecía limitar las políticas a la asistencia y la redistribución, con una negación sistemática a encarar los temas de fondo del país. Durante quince años prácticamente no existió debate. Los principales dirigentes del gobierno disponían y los dirigentes de la oposición rechazaban. La confianza de la gente en los partidos políticos disminuyó a los niveles más bajos, encendiendo una alarma.
Con el surgimiento de Cabildo Abierto en 2019 se renovó parte del aire de la política nacional. Se creó una nueva coalición de partidos, con ello se rompieron los brazos de yeso en el Parlamento y también se empezaron a poner sobre la mesa asuntos como la transformación educativa, la reforma de la previsión social, las políticas para las pequeñas y medianas empresas o el sobreendeudamiento familiar.
Los partidos políticos no pueden tentarse a barrer debajo de la alfombra. Ni abrazarse a mitos de excepcionalidad nacional. Tampoco legislar como si no existiera alternancia en el poder, por eso es importante la búsqueda de mínimos consensos. No tienen derecho a ser agentes de división en la sociedad, ni pretender callar la pluralidad de opiniones con acusaciones de perfilismo. De esto depende mucho la salud de una democracia plena.
Momento de diálogos
En los últimos días han surgido dos iniciativas que apuntan al diálogo de los partidos políticos. Este martes se reunieron en el Palacio Legislativo los presidentes de los cinco principales partidos del país, a instancias del Frente Amplio, para bajar los niveles de tensión entre el gobierno y la oposición. Del encuentro participaron Fernando Pereira (FA), Pablo Iturralde (PN), Guillermo Domenech (CA), Julio María Sanguinetti (PC) y Pablo Mieres (PI).
La idea es enmarcar las diferencias y las críticas procurando evitar los agravios y las descalificaciones, así como no pasar determinadas líneas, según Pereira. Manifestó también su preocupación por la alta judicialización de la política, quizás uno de los temas más sensibles de todos. Dijo además que hay que mejorar la ley de financiación de partidos políticos.
La reunión tiene lugar tras el respaldo de los partidos de la coalición a las autoridades de ANEP por las agresiones sufridas por algunos manifestantes en ocasión de los cara a cara que se realizan para informar a la ciudadanía sobre la reforma educativa. En cierto sentido, puede leerse como una señal de que las cosas estaban yendo demasiado lejos, algo que sugirió el propio expresidente José Mujica.
Por otra parte, la Mesa Política de Cabildo Abierto resolvió convocar a los partidos políticos con representación parlamentaria a conformar un Ámbito Multipartidario con la finalidad de buscar consensos en políticas de larga duración, que atraviesen distintos periodos de gobierno y varias generaciones. Se buscan asegurar políticas de estado con fuerte apoyo nacional, predecibilidad y sólida continuidad.
Según señalan, el propósito en constituir un ámbito con agenda abierta, en la que se desarrollen acuerdos en temas tales como, a vía de ejemplo, reforma de la seguridad social, política demográfica, inserción internacional del país, lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado y lucha contra la pobreza.
Un segundo paso sería que el Ámbito Multipartidario convocase a la creación de una nueva Concertación Nacional Programática, con los mismos propósitos, constituida por la Udelar, institutos universitarios privados, centros académicos, movimiento sindical, asociaciones estudiantiles, cooperativismo, centros comerciales, organizaciones rurales, cámaras empresariales, agrupaciones profesionales y otras fuerzas sociales de la República.
Este miércoles el presidente del partido Guillermo Domenech y el presidente de la Mesa Política Guido Manini Ríos llevarán la iniciativa al directorio del Partido Nacional. Luego realizarán lo mismo con los otros partidos.
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