Cabildo Abierto más que un partido, es un movimiento. Así surgió a fines del año 2018 con el nombre de Movimiento Social Artiguista, como corolario del bicentenario del ciclo que encabezó el prócer oriental entre 1811 y 1820. De alguna forma esa fibra histórica fue tocada y recogió la simpatía inmediata de miles de uruguayos que en pocos días apoyaron la junta de firmas para formalizar este espacio político.
Este Movimiento no era una escisión ni alianza de partidos, ni siquiera una coalición de sectores o de dirigentes con trayectoria partidaria. Se nutrió de gente del común, de distintas localidades, por lo general de aquellas zonas más olvidadas por el Estado, por el mercado y los gobernantes. Canalizó un gran descontento de la población en el sistema político, es verdad, particularmente una gran desconfianza en los partidos políticos, pero no se valió de ello para promover el discurso de la antipolítica o del “que se vayan todos”, sino que su prédica se asentó en devolver la esperanza a los más desfavorecidos y retomar el ideario artiguista como horizonte estratégico. Dicho de otro modo, no fue un fenómeno de marketing ni una expresión que se agotara en consignas vacías, sino que tiene una raíz histórica claramente definida.
Es tan falso asegurar que fue una “escisión por derecha” de los partidos tradicionales como sugiere el ex presidente Julio María Sanguinetti, realizando una forzada analogía con el sistema parlamentario español, como sostener que se trata de un “partido militar” cuando las autoridades fundacionales del partido eran todos civiles que anteriormente habían votado o apoyado tanto al Partido Nacional, como al Partido Colorado o al Frente Amplio, e incluso algunos provenían del movimiento Un Solo Uruguay. Hasta se manejó la ridícula teoría que era un “invento de la izquierda” para fragmentar a la oposición, cuando en realidad, con su ascenso, Cabildo Abierto está logrando hoy que la oposición unida sobrepase el 50% del electorado, algo que no sucedía en 2014.
En el mes de marzo, el presidente Tabaré Vázquez, en un acto precipitado de un segundo gobierno bastante intrascendente, decidió relevar al entonces comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos. Falazmente se ha repetido que su destitución obedeció al caso Gavazzo. En realidad, Manini elevó al mando superior una serie de observaciones que tenían que ver con determinadas condenas que la propia Justicia había revisado y rectificado, después de años, por las que algunos militares (sin nada que ver con la represión y apenas basados en falsos testimonios) habían estado injustamente privados de libertad. Lo hizo Manini en forma reservada, como corresponde, pero el presidente decidió, tras el relevamiento, hacer pública la carta y lo peor de todo, de forma parcial, solo con algunos párrafos.
No se valió del desencanto para promover un discurso antipolítico o el “que se vayan todos” sino que apuntó a devolver la esperanza a los menos favorecidos
Manini incomodaba al “establishment” hacía rato. Por un lado, a los funcionarios encargados de llevar adelante el plan económico que en los últimos años está aumentando el desempleo, el asistencialismo, la deuda pública y la bancarización obligatoria. Las propuestas de Manini para integrar a los jóvenes “ni-ni” o de utilizar a soldados en obras de infraestructura fue cajoneada por los burócratas de turno. Por otro lado, la intelectualidad “bien pensante”, políticamente correcta, veía en la inspiración artiguista y rodoniana de Manini una reivindicación de lo nacional y de ciertos valores tradicionales que chocan contra el internacionalismo ideológico y posmoderno que predomina en círculos académicos.
Después de meditar las propuestas que le acercaron desde distintos partidos, Manini opta por entrar en la carrera política partidaria con Cabildo Abierto. Claramente no se trataba de un “outsider”. Durante su trayectoria como servidor público abarcó funciones vinculadas a la Defensa, la Educación, la Salud y las Relaciones Internacionales. Suele pasarse por alto que fue director del segundo nosocomio más grande del país, el Hospital Militar, donde cumplió una gestión altamente valorada. Es licenciado en historia, se formó con importantes profesores y viene de una familia que marcó la política del siglo XX. Su abuelo Pedro Manini Ríos fue un dirigente clave junto a Domingo Arena como redactores del cerno de la política social de José Batlle y Ordoñez y a la vez guardó una estrecha relación con el caudillo blanco Luis Alberto De Herrera. Guido Manini es profundamente político, hay una especie de síntesis en su figura que, no obstante, no se agota en esquemas o fórmulas ideológicas, sino que se vale de un pragmatismo económico dotado de sensibilidad social.
Los primeros pasos de Cabildo Abierto estaban plagados de dudas y cuestionamientos que buena parte de la prensa “especializada”, funcional a un celoso sistema político, se ocupó en hacer llegar. El periodista Linng Cardozo decía en abril en Twitter “estoy jugando una botella de buen vino, que Cabildo Abierto no saca ni 5 mil votos en octubre. Manini se equivocó. Lo creía más inteligente. Francamente”. Nelson Fernández escribió en marzo en El Observador un artículo sobre la “aventura romántica” de Cabildo Abierto: “si para los partidos conducidos por Mieres y por Novick es difícil crecer en caudal electoral, para los partidos chicos eso es una misión titánica y quijotesca”, señaló. Y agregó sobre Manini: “ir a un partido chico lo condena a derrochar su capital de imagen en una mesa de ruleta (…)
Pasará el tiempo y la novela de esta semana será un recuerdo, pero lo que persistirá será la puja real entre el oficialismo y oposición, que por ser tan fuerte, deja poco espacio para los partidos medianos y menos aún para los chicos”. En la misma línea, la senadora Constanza Moreira aseguraba en radio Carve que no veía futuro político para el ex comandante y que “en el momento que se retira, la mitad de la luz que pendía sobre su cabeza y concitaba la atención de la sociedad uruguaya, ahora ha desaparecido”.
Es cierto que podía ser difícil esperar resultados positivos para un partido y una fórmula que se presentaba sin estructuras, sin recursos económicos y que iniciaba su camino a menos de tres meses de las elecciones internas.
Pero el “establishment” pecó de soberbia e ignorancia. Soberbia por no asumir lo que estaba a la vista: la crisis de desconfianza en los partidos políticos, sin que ninguno de estos realizara una mínima autocrítica o revisara por qué los dirigentes estaban cada vez más alejados de las bases. E ignorancia por apresurarse en ponerle etiquetas al movimiento de Cabildo Abierto sin realizar ni siquiera una apreciación de lo que significaba en términos históricos, como corriente de acción y pensamiento.
Entender a Cabildo Abierto exige repensar el batllismo, el herrerismo y el ruralismo, entre otras cosas. Y no muchos están capacitados para esta tarea. Prefirieron ir por el camino corto: “el Bolsonaro uruguayo”, la favorita.
Cabildo Abierto está logrando hoy que la oposición unida sobrepase el 50% del electorado, algo que no sucedía en 2014
Cabildo Abierto mostró en las internas que había prendido en buena parte de la población y recibió casi 50.000 votos en unas elecciones no obligatorias y sin competencia. Las encuestadoras y principales politólogos marcan hoy que este novel movimiento tiene una intención de voto que al menos le aseguraría una importante representación parlamentaria y un rol fundamental en el próximo gobierno. Los números varían, pero en lo que todas coinciden es en el crecimiento sostenido de Cabildo Abierto desde su aparición. Fue creciendo en simpatía en la medida que casi todo el espectro mediático y político se unió en su contra, sembrando la duda ¿a qué le temen? ¿los “demócratas” no aceptan el libre concurso de otra opción que se someta a la voluntad de las mayorías? Quedó al descubierto la hipocresía de un discurso “inclusivo” que no tendría ningún prurito en proscribir candidatos, haciendo valer cualquier instrumento a su alcance, con tal de asegurar su permanencia o de garantizar que los trapos sucios sigan guardados.
Según varias proyecciones, el Movimiento Social Artiguista podría ser el sublema más votado del país en octubre, por encima del MPP (Mujica), de Progresistas (Bergara), del PCU (Andrade), de Todos (Lacalle) y de Alianza Nacional (Larrañaga). La consolidación de este movimiento ya es inobjetable y tiene presencia en todo el territorio nacional. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que el principal sector político del país va a ser intransigente o corporativo a la hora de legislar? Desde luego que no.
El 27 de octubre, el pueblo uruguayo se volcará a las urnas, pobres y ricos, sin distinción. Algunos se tapan la boca para no pedir abiertamente el voto calificado, solamente insinúan, al caerse sus argumentaciones anteriores, que hay gente ignorante que cambia su voto de manera irreflexiva. Cada partido presentó su programa y sus candidatos. Ya se conocen cuáles son las prioridades de unos y de otros. El electorado ya tuvo oportunidad de ver cuáles transmiten convicción y honestidad y cuáles no. Dejemos que el soberano se manifieste y comencemos a construir un nuevo Uruguay con mayor representación.