Fueron tres horas de agridulce incertidumbre en el búnker del Frente Amplio. Cuando algunas encuestas dieron ganador a Daniel Martínez, la gente reunida en la esquina de 18 de julio y Aquiles Lanza, pasó de un llanto de tristeza a otro de alegría. Algunos dirigentes políticos entraban y salían del hotel Crystal Tower para hablar con los periodistas, otros solo miraban monitores y celulares, comparando números y sacando cuentas. A esa altura de la noche ya no había caras largas y la esperanza se les empezaba a dibujar en la mirada y en la sonrisa.
Minutos después de las 23, todos los políticos y allegados del FA subieron en masa hacia un sector del hotel donde esperaron el final del escrutinio primario. A las 23:30, con una energía renovada y un semblante triunfal, Martínez salió a escena para hablarle a su público que esperaba hace horas entre banderas y cantos.
A pesar de que el escrutinio marcaba una diferencia en contra de 30 mil votos, la animosidad de Martínez apenas subió al escenario parecía anticipar un anuncio victorioso. Sin embargo, de entrada disipó es idea y dijo que todavía no se pronunciaría, porque tras hablar con los ministros de la Corte Electoral, confirmó que la diferencia de votos es menor a la cantidad total de observados.
Rodeado por militantes, familiares y políticos, Martínez se sacó la mochila electoral y habló con una soltura y un fervor que no se vio en toda su campaña.
Como uno de los hitos de la histórica jornada, resaltó que “no habrá un presidente que sea electo, en ninguna de las dos opciones, con el 50% de los votos”. Además, abrió la cancha para el futuro del FA no solo como oposición: “Tenemos la tarea histórica de buscar entendimientos y construcciones que nos permitan pensar en un solo país, en un solo Uruguay. Gobernar para la gente”.
Martínez luego volvió a reflexionar sobre el posible resultado, dijo que “ahora aceptemos el desafío y usemos la inteligencia para entender que nos enfrentamos a una situación inédita en el Uruguay y que requiere la capacidad, la mano tendida y el corazón grande. Por lo tanto, ahora debemos esperar”.
Sin perder la euforia desde el principio, la comunión del candidato con la gente se hizo aun más fuerte cuando Martínez dijo una frase que le llegó por mensaje: “Intentaron enterrarnos, pero no sabían que somos semilla” y agradeció a los militantes, que “luego del 27 de octubre se pusieron el voto a voto en los hombros y salieron a recorrer la patria, a golpear las puertas y hacer vibrar los corazones”.
Martínez después resaltó que “sea cual sea el resultado final de la Corte Electoral, acá hay un pueblo que dijo: estamos presentes, no queremos ser pasivos en la historia de la patria, queremos ser protagonistas” y agregó “Créanme, tener un pueblo enamorado de sus banderas, de sus sueños y utopías es lo más importante. El Frente Amplio no tiene razón de ser si no tiene gente siendo protagonista y demostrando que lo que parece imposible es posible. No existe el Frente Amplio sin ustedes”.
Sobre el final de un discurso que rozó con lo épico, Martínez volvió a destacar la “gesta increíble”, y mencionó que “es momento de volver a nuestras casas con el corazón lleno de gozo y a esperar que termine el conteo de la Corte Electoral evitando cualquier forma de provocación y enfrentamiento” clamó. El candidato frenteamplista dijo estar “convencido de que hay un proyecto político que es el del pueblo oriental”… “Somos un solo pueblo oriental y por ese camino vamos a recorrer y a ese camino nos comprometemos”.
Para finalizar extendió un mensaje conciliador y constructivo: “Compañeras y compañeros. Llenos de gozo y alegría, con la serenidad de saber que hicimos posible lo que nadie creía que era posible, a festejar en nuestras casas, pero siempre con la mano tendida, somos un solo pueblo uruguayo. A unirnos, a no dejar que nos dividan. ¡Viva el pueblo oriental! ¡Viva el Uruguay! ¡Viva el padre Artigas que nos enseñó esta forma de hacer política! ¡Arriba los corazones!”
Entre abrazos fraternos y eternos saludos, despojado y exultante, Martínez se despidió de su público, que de a poco se fue yendo a sus hogares con una derrota más que probable en las urnas, pero con una victoria en el fondo de sus almas.