Motivado por su padre, pensaba dedicarse a la ingeniería, pero después descubrió su interés por la política, que con el tiempo se convirtió en su vocación. Culminó la carrera de abogado, decidió especializarse en Derecho Ambiental, que era una de sus pasiones, y como legislador se dedicó al tratamiento de esa temática. En entrevista con La Mañana, el jerarca señaló que aspira a revertir la pérdida de calidad ambiental y aseguró que se necesita una legislación penal ambiental.
Nació en Canelones, pero su vida política comenzó en Rivera, donde fue edil y luego diputado. ¿Qué lo llevó a ese departamento?
Nací en Migues, una pequeña localidad del noreste de Canelones, y viví allí hasta los 8 años. Después me vine a Montevideo, a Manga, hice el liceo y la facultad, y cuando estaba por recibirme de abogado nos fuimos con mi esposa a Rivera, en 1997. Allí trabajé en la vieja Dinama hasta 2002, ejercí el derecho, fui edil y diputado.
¿Qué recuerdos tiene de su vida en Migues? ¿Qué lo hizo partir a Montevideo?
Los mejores recuerdos los tengo de Migues y en especial de la Estación Migues, que es un pueblito que debe tener unas 200 casas. Asistí a la Escuela 66, que era casi rural. Mi papá era telegrafista de ferrocarril, llegó a ser subjefe de estación, y con mi mamá tenían un almacén en el Centro. Fui muy feliz.
A mis ocho años, cerró la fábrica Rausa, que hacía remolacha azucarera en la Estación Montes, bastante cerca de Migues, y la zona se volvió económicamente deprimida, mucha gente quedó sin empleo. El negocio de mi padre se fundió y tuvimos que emigrar a Montevideo.
Empezó una segunda etapa de mi vida, que se hizo más dura. Económicamente, las cosas no andaban bien, y con mis padres y hermana nos fuimos a vivir a la casa de mi abuela. No dejé de tener una infancia feliz, pero ya con otros temores y riesgos, en los suburbios montevideanos. Entré al Liceo 17, cerca del Palacio Legislativo, e iba a estudiar a la biblioteca del Palacio. El edificio me parecía maravilloso. Más tarde, finalicé el liceo en el Miranda.
¿Se imaginaba que un día sería diputado y trabajaría en ese mismo edificio?
Nunca imaginé que terminaría como diputado. Decía que iba a ser ingeniero electrónico, que era lo que mi padre había soñado, y me decía que era la carrera del futuro. Pero ya en tercero de liceo me di cuenta de que me gustaba la política, el derecho.
Estábamos en la época de las elecciones internas, iba a los actos y me interesaba meterme en la actividad política y en la vida de los partidos. Era un tiempo complejo, en la salida de la dictadura. Mis padres eran votantes del Partido Nacional y yo empecé a militar en el 84, con 15 años. También tuve una participación muy activa en los gremios estudiantiles del liceo y la facultad.
Además de ser político, tiene una faceta religiosa, como miembro de la Iglesia evangélica. ¿Cómo fueron sus primeros pasos en la religión?
En Migues había tomado la Comunión y tenía una inclinación por lo espiritual. Cuando llegamos a Montevideo, estaba en ese cambio de un pequeño pueblo a la ciudad, con problemas económicos, y un día llegó al barrio una actividad de una escuelita bíblica. Fuimos al jardín de una vecina a escuchar la historia de Jesús y a comer galletitas y tomar refrescos. Nos presentaron a un salvador bastante cercano, alguien que estaba a nuestro lado y con la invitación a ser sus amigos.
Tomé la decisión personal de seguir a Jesús y formar parte de actividades de la Iglesia evangélica, que en aquel momento era bastante novedosa. Luego mi madre comenzó a ir a grupos de mujeres y terminamos siendo todos evangélicos, pero no fue una decisión familiar, sino individual.
En ese entonces no estaba bien visto que un evangélico participara en política. Hoy, sin embargo, usted preside la Unión Iberoamericana de Parlamentarios Cristianos. ¿Cómo fue recorrer ese camino?
Era así. La mayoría de los pastores no consideraban que un cristiano podía actuar en una actividad tan mundana como la política, sino que había que ayudar al prójimo a través de las actividades eclesiásticas.
Cuando era adolescente y sentí la vocación política, tuve la reacción interior de cuestionarme por qué la Iglesia no me dejaba actuar en ese ámbito. Igual continué la actividad política y crecí en la fe, tratando de seguir una vida de acuerdo a los principios de la Biblia y de mantener los valores.
Tras la recuperación democrática, llegué a ser el primer diputado con una confesión cristiana evangélica conocida, y colegas de otros países veían mi experiencia. Ahí surgieron vínculos con diferentes organizaciones y hace un par de años me propusieron presidir la Unión Iberoamericana de Parlamentarios Cristianos, que es un grupo de parlamentarios y gente de gobierno que tiene la confesión evangélica y que trata de llevar a las políticas públicas las enseñanzas bíblicas, que en definitiva buscan bendecir y generar desarrollo para nuestros pueblos.
Ha manifestado su compromiso por la vida y la familia. ¿Qué sintió en los momentos en los que en el Parlamento se aprobaron leyes que quizás eran contrarias a sus convicciones y valores?
No fue fácil mi aprendizaje personal de cómo enfrentar estos temas. Por el 2004-2005, en congresos de abogados cristianos de América Latina, ya comenzábamos a discutir las presiones internaciones que había de organizaciones muy poderosas para imponer leyes en algunos países, con argumentos que no eran necesidades de los pueblos, pero sí compromisos que venían de oficinas de organismos mundiales.
En ese sentido, cuando llegué al Parlamento, el desafío era plantear que las leyes que podían afectar el derecho a la vida y los valores de la familia, no podían ser impuestas desde el extranjero y, a su vez, no se podía defender la posición provida desde el punto de vista religioso, sino que había que hacerlo desde lo jurídico, lo social, la medicina o la antropología. Con argumentos, tratamos de defender esos valores sin atacar a las personas. Fue una situación difícil que llevó un proceso, porque estamos para servir y proteger a la sociedad y eso incluye el respeto por ideas diferentes.
Decía que hasta 2002 trabajó en la Dinama en Rivera. También tiene un máster en Derecho Ambiental. ¿De qué manera se involucró con esa temática?
Tenía amigos muy vinculados al medio ambiente; conocía al profesor Mateo Magariños de Mello, que fue el fundador del Derecho Ambiental uruguayo, y al doctor Ricardo Gorosito, que hasta hace poco era docente de Derecho Ambiental en la Universidad Católica y escribió varios tratados sobre el tema.
En facultad no había posgrado en la materia, pero yo ya estaba vinculado: me gustaba mucho hablar en las escuelas sobre cambio climático, reciclaje, la necesidad de proteger la biodiversidad. Y a los pocos meses de recibirme, la arquitecta Cecilia Márquez, que trabajaba en la Dinama, fue a Rivera y me contó que había una beca de maestría en Derecho Ambiental en España. Yo no tenía recursos económicos para poder ir, así que me presenté a la beca, y fui.
¿Cómo fue esa experiencia?
Fue muy buena, y allí compartí con varios latinoamericanos. Fue como un Gran Hermano, porque estuvimos encerrados en un monasterio estudiando varios meses. Cuando volví a Uruguay quedé muy enganchado con los temas ambientales, hice algunos casos judiciales asesorando a comunidades y productores.
Luego, como edil en Rivera me metí en la Comisión de Medio Ambiente, y lo mismo hice en el Parlamento. Es un tema que me apasiona desde la juventud. Además, me encanta la docencia, y cuando el Centro Universitario de Rivera comenzó sus cursos de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable, empecé a dar clases; hasta hoy lo hago de forma honoraria, porque me gusta ese contacto con los estudiantes.
Desde que usted empezó a trabajar en medio ambiente, hace 20 años, ¿cuáles han sido los grandes cambios en esa área en Uruguay?
Lo digo con tristeza: hemos perdido calidad ambiental en estos 20 años. Durante la maestría, cada estudiante presentaba a su país, el marco legal desde el punto de vista ambiental y la realidad del ambiente, los conflictos, las presiones de la sociedad por los temas ambientales.
Al lado de países como Perú y Bolivia, con los grandes conflictos con la actividad minera, o de otros con las empresas de agricultura, Uruguay, más allá de algún impacto en las zonas costeras o en el entorno de Montevideo, no tenía grandes dramas ambientales. Esto fue así hasta el 2000.
¿Qué cambió a partir de ese momento?
La frontera agrícola se extendió mucho en el país, llegaron productores importantes, más que nada de Argentina, y eso generó una presión sobre las cuencas. También hubo otras actividades con industrias significativas de escala a las que no estábamos acostumbrados, algunas de las cuales empezaron a introducir sustancias de aplicación masiva que tienen un fuerte impacto en la calidad del agua.
A su vez, si bien a fines de los 90 ya hablábamos de reciclaje, de reutilización, de recolección selectiva, la realidad es que en 20 años hablamos mucho, pero avanzamos muy poco. Eso ha generado frustraciones y ha tenido una nota bastante negativa. Hay muchas cosas para hacer.
¿Cuál cree que es la percepción de los uruguayos con respecto a los temas ambientales?
Tal vez lo que hemos ganado, producto de lo que pasa en el mundo, ha sido conciencia ambiental. La gente es mucho más consciente de los problemas ambientales, aunque a veces no hay tanta información. Hemos ganado en legislación ambiental, y creo que se necesita una legislación penal ambiental, no solamente pagar multas. Hay un proyecto sobre eso en el Parlamento que espero que se trate en este período.
En 2016 usted fue presidente de la Cámara de Diputados y durante ese año recorrió cada departamento para evaluar el avance de la descentralización y las políticas de fronteras, recogiendo los reclamos de la gente. ¿A qué conclusiones llegó sobre esos temas?
El proceso de descentralización ha sido muy bueno. Que existan municipios, por más que algunos digan que es más caro e implica más estructura del Estado, significa que ciertas zonas tengan referentes cercanos elegidos por la gente, que articulan y resuelven cosas con el resto del Estado. Es una herramienta muy importante para que la ciudadanía logre avances en lugares que de otra manera no sería posible.
En cuanto a las políticas de fronteras, aprendimos que hay diversas realidades. Tenemos que trabajar en darles soluciones diferentes a problemas distintos y atender más la vida fronteriza con la situación que se vive allí, no regular todo desde Montevideo.
En su último período como legislador mantuvo reuniones con organismos del Estado para acercarles esas solicitudes de los residentes de las fronteras, con el objetivo de dinamizar el comercio fronterizo. ¿Qué debería hacerse en ese aspecto? ¿Apoya los proyectos de ley que van en esa línea?
Más que imponiendo leyes, se puede resolver mucho más fácil. Una medida con la que quedé muy satisfecho fue la de quitar el impuesto a las naftas (Imesi) cuando pagás con tarjeta en las fronteras. En Rivera la gente ponía nafta en Santana porque era mucho más barato. Cuando logramos eso, que era una rebaja de casi 24%, todo el mundo empezó a poner combustible en Uruguay.
¿Usted plantea que se debería aplicar eso mismo para otros productos?
Es una opción agregar otros productos a esa modalidad. No podemos perseguir al vecino que va con su mochila a buscar su surtido al otro lado porque no le rinde el dinero. Más que poner una muralla, hay que darle al comerciante uruguayo herramientas para competir. Hay que generar facilidades, no para que se mantenga en la ilegalidad aquel que compra allá y vende acá, sino para que se formalice; que todo el mundo pague impuestos, pero que sea sustentable esa forma de comerciar.
Fue el encargado de diseñar el Ministerio de Ambiente y de hecho era el elegido para encabezarlo, pero la renuncia de Ernesto Talvi a la Cancillería derivó en que fuera Adrián Peña quien asumiera como ministro, para no afectar la representación del Partido Colorado en el gabinete. ¿Cómo lo vivió?
Estoy muy honrado y agradecido a Dios de haber participado en el armado del Ministerio de Ambiente. Aporté como muchos otros, fui uno más, con la particularidad de que había participado en el programa de Lacalle Pou en 2014, donde ya se hablaba del Ministerio de Ambiente.
Sabía que yo estaba entre los nominados, pero finalmente fue Adrián Peña, con el que tengo una muy buena relación. Me quedé muy cómodo trabajando donde me tocó. Para mí es un honor que me hayan convocado para ser subsecretario. A veces la gente se enamora de los cargos, pero se puede aportar desde la Junta Departamental, el Parlamento o en este caso la Subsecretaría.
¿Por qué necesitaba el país un Ministerio de Ambiente?
Hace 20 años, cuando no teníamos problemas ambientales graves, tal vez bastaba con una buena legislación y oficina técnica. Pero, en el Índice de Desempeño Ambiental de la Universidad de Yale, Uruguay estaba en la sexta posición del mundo y hoy se encuentra en el puesto número 49. Hemos descendido en calidad ambiental y actualmente es un tema presente en las redes, en la agenda pública. Entonces, este problema que afecta a la sociedad no puede estar relegado a una oficina de segundo orden; en el Consejo de Ministros tiene que haber un secretario de Estado preocupado por los temas ambientales.
¿Qué papel tiene el ministerio en lo relativo a la obra de UPM 2, donde ya ha aplicado varias multas?
Ha tenido un papel importante para la sociedad uruguaya y también para la empresa. Es decir, que haya un Ministerio de Ambiente firme, serio, técnicamente solvente, que controle el cumplimento de la normativa, da una garantía al pueblo uruguayo, que necesita que se controle la calidad del suelo, del ambiente, la biodiversidad, y también a la empresa, que a nivel internacional tiene que mostrar que cumple los requisitos frente a un Estado fuerte que fiscaliza.
El ministerio está jugando un buen papel, con alguna dificultad, lo reconocemos; tenemos muchos proyectos y las capacidades técnicas son limitadas. Contamos con técnicos de buen nivel, pero muchas veces son seducidos por la actividad privada y sabemos que el Estado no paga mucho y los sobrecarga con trabajo. Hay que buscar la forma de fortalecer los equipos técnicos y tener un buen intercambio con la academia.
¿Qué opinión tiene acerca del proyecto de ley forestal y el impacto ambiental de esa actividad, sobre todo en las mejores tierras?
El tema forestal tiene impactos ambientales, como también económicos y sociales. No hay actividad que se desarrolle en territorio que no tenga efectos. Los tiene la construcción inmobiliaria o de rutas, la agricultura, la lechería, y tenemos que encontrar el justo equilibrio.
La forestación tiene impactos, pero hay que hablarlo con seriedad; el sector ha generado mucho empleo. El Ministerio de Ambiente ha pedido una evaluación de efecto ambiental de grandes actividades forestales, donde somos muy rigurosos: impactos en las cuencas, uso de suelos y limitación de actividades productivas.
El proyecto que plantea Cabildo es parte de otra discusión que no tiene que ver con temas ambientales. Es un debate legítimo y es bueno que se dé, pero no es el camino más correcto para los asuntos ambientales.
El recuerdo de Artigas Berrutti
“Conocí a Artigas Berrutti, estuve en su casa, y también a parte de su familia. Es una familia muy querida, muy vinculada a la zona de Tres Puentes de la ruta 27 en Rivera. Es gente muy emprendedora, que quiero mucho, con raíces muy asociadas al departamento. Son grandes defensores de la tradición, que han cultivado valores muy lindos. Quiero enviar un cariño especial para esa familia y mi pésame por el fallecimiento de don Artigas, una persona muy querida. Vamos a sentir mucho su falta”.
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