Pertenece a una familia de honda raigambre política vinculada al Partido Colorado. Fue un joven senador con importante rol en el primer gobierno de la reapertura democrática y destacó en su trayectoria periodística en Jaque y Posdata. En una larga entrevista con La Mañana, Manuel Flores Silva aportó su visión ‘republicana’ de la historia y los caudillos nacionales, analizó la realidad socio-económica y la situación del periodismo de investigación en nuestro país.
¿Usted es descendiente de Venancio Flores?
El padre de Venancio era Felipe Flores, un compadre de Artigas. Cuando se va Artigas le encomienda a su mujer Villagrán que estaba con locura. Tuvo tres hijos, el mayor Manuel nacido en 1803, la segunda Cecilia y el tercero Venancio. Yo desciendo de la rama de Manuel, soy su tataranieto. Manuel fue senador en dos oportunidades y se encargó de los campos de la familia en lo que hoy es el departamento de Flores. Trinidad se funda en 1806 con la gente que huía de las invasiones inglesas. Cinco años después, cuando pasa el Éxodo cerca de allí, hay cien carretas para las mil censadas de Artigas.
En su familia hay una larga tradición en la política.
Sí, yo soy el quinto que fui senador, lo cual dicho en otro país es asqueroso, pero en cada caso hubo que juntar los votos de a uno.
Ha escrito en algún artículo que Venancio Flores fue el mejor discípulo de Fructuoso Rivera. ¿En qué sentido lo dice?
Es así. La historia republicana lo primero que hace es distinguir entre el federalismo de Artigas y el federalismo argentino, al que concibe como hispánico y autoritario. En cambio, el de Artigas es muy influido por el libro de Thomas Paine, quien estuvo en la Revolución Francesa y antes en la Americana, es un federalismo republicano. Rivera fue el discípulo de Artigas porque cuando concibe la idea de republicanizar Brasil se entendió con Dorrego, que era un federal porteño que había estado exiliado tres años en Estados Unidos. En el año 1828 cuando toman las Misiones, Rivera la escribe una carta a Lecor donde le dice ‘usted fue el miserable que truncó el proyecto de Artigas’. En el año 32, Rivera manda la primera misión a ver a Artigas, luego en el 38 le escribe y en el 41 le invita a venir.
Flores hereda eso. Era un joven oficial, su primer grado lo obtiene en Rincón y en el año 28, su tío Ignacio Barrios, delegado del pueblo Víboras, viene a buscar a Rivera y van a las Misiones junto con Venancio. En Cagancha es ascendido a coronel. Flores y Rivera coinciden bajo la defensa de Montevideo en que la solución tenía que ser arreglar con Oribe, contra los doctores, que finalmente ganan, que creían en una solución geopolítica, particularmente Manuel Herrera y Obes.
Artigas, Rivera y Flores eran rurales, no eran doctores de Montevideo. Pero hay otro gesto parecido. Cuando Rivera es presidente toma a los doctores, es generoso en el poder, y Flores cuando triunfa en el 65 pone de ministro a un hermano de Leandro Gómez en Hacienda, a un enemigo de los caudillos rurales como Lorenzo Batlle de ministro de Guerra y al fundador de la Masonería Carlos de Castro como canciller. Es decir, generoso con las vidas en las batallas y en las victorias como idea de unidad nacional.
Hay una frase de Rodó que describía a Rivera como ‘el más humano de los caudillos del Río de la Plata’, ¿cómo lo explica en función de los cuestionamientos de algunos sectores contra Rivera?
Rodó decía en su frase que era el más humano porque era el más inteligente. El hombre más injustamente vilipendiado de la historia uruguaya es casualmente el fundador del país. Se le acusa de hechos absolutamente falsos y fue todo lo contrario. Fue el más leal a Artigas y lo acusan de desleal. Fue además el más complaciente con los indígenas. Tiene una expresión escrita de que ‘hay que conservar la oriundez preciosa, hay que darles tierra y útiles de labranza’. Va a Salsipuedes diciendo en una carta ‘ojalá no corra una mancha de sangre’. Él aspiró a salvarlos, a reducirlos como se hizo ochenta años antes con los charrúas de verdad de Santa Fe.
Además, Rivera, en uno de sus decretos cuando asume la segunda presidencia, decide renunciar él y todos sus ministros a hacer juicio de prensa. Les daba a los ciudadanos de oposición el derecho a ser críticos. Dicho sea de paso, Rivera fue el hombre que escribió mejor en este país, mejor que todos los literatos y lo digo no como opinión libre, sino como profesor de literatura.
¿De qué manera usted sintetiza ese pensamiento político?
Nosotros no creemos en otras cosas que merezcan la nulidad de la república. No lo creíamos en 1830 y tampoco ahora. No hay ninguna nación que merezca ser defendida si no es república. Ese clivaje nos define, aunque claro hay gente que piensa diferente. Por otro lado, la discusión capitalismo sí o no está superada, lo único que hay que saber es cómo se regula, porque no es un sistema político, es un sistema económico que naturalmente prioriza la renta y la fijación de precios en una sociedad, entonces si no lo regulás, te come vivo. Pero para producir es el único sistema que hay, los demás no producen.
Hay una frase de un francés que dice ‘La república es la organización de la desconfianza’. Yo trato de entender las realidades complejas y rehúyo en general de las cuestiones que resultan simples, los héroes, los malos. En rigor un liberal no cree en la maldad, sino en el error. Yo soy más republicano que liberal, pero soy liberal filosóficamente.
¿Cómo ve la discusión sobre el liberalismo en Uruguay?
Son dos cosas muy diferentes el liberalismo político y el económico. El liberalismo económico, una política de gobierno que instauró en Uruguay un tipo muy inteligente que se llamó Alejandro Végh Villegas, se trata de liberar las fuerzas del capitalismo para levantar la producción. Cuando él asumió exportábamos US$ 200 millones y cuando se va cuatro años después eran US$ 1200 millones. Pero no es liberalismo económico puro, que no existe. Porque siempre se elige dónde se coloca la heterodoxia y él lo hizo en los reintegros para la exportación, cuando el Estado daba un dinero por encima del precio de venta. Todo este negocio de la forestación, ¿cómo se hizo? Con subsidios.
Entonces lo que un liberal hace no es solamente tratar de que el costo del Estado pese menos en la ecuación económica del productor, sino que además tiene que colocar la heterodoxia económica. Estados Unidos lo coloca en el poder de las entidades reguladoras. Cuando se hizo el ferrocarril al oeste pasaron a fijar precios monopólicos y ahí vino la primera intervención enseguida de la Guerra Civil; después un tipo inteligente como Rockefeller hace una nafta que estandariza las 27 y hace la Standard Oil con monopolio, pero surge Teodoro Roosvelt que hace campaña diciendo que había que frenarlo. Se trata de regulación de la competencia y defender los precios y las calidades de los productos.
Uruguay es un país que tiene tan poca cultura de regulación que los sueldos de los reguladores los pagan los regulados, las empresas en la UTE, en OSE, en Antel, subsidiando a la Ursec, la Ursea, etc. El capitalismo futuro en el mundo va a tener que ser de unidades reguladoras.
¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la política y los episodios que más le marcaron?
Primero la campaña del ’62. Yo tenía doce años y mi viejo me llevó al último mes de campaña. La política era otra. Él se ponía en una tribuna y contaba la batalla de Cagancha y cuando Rivera rompe las cadenas de su reloj, se las da al teniente Chaná y le dice que vaya a Montevideo, la gente lloraba con lágrimas de verdad. Mi padre me metió mucho en temas históricas. Uno no solo votaba por Luis Batlle, votaba por la batalla de Cagancha también.
Mi segunda marca fue haber sido estudiante primero del Liceo Francés, pero después del IAVA cuando el surgimiento de lo que hoy se llama la cultura hegemónica de izquierda. En aquel momento fui a ver Fuenteovejuna con Taco Larreta y en el momento que el comendador es cuestionado le decían los campesinos rebelados ‘yankees go home’ y el público deliraba. Pero a mí no me gustaba, a mí me gustaba Lope de Vega. En el IAVA después de las medidas de seguridad del ’68 tuvo 300 chicos que se hicieron tupamaros, algunos amigos míos hasta hoy, ya no son tupas, son socialdemócratas, algunos de derecha. También vi las fuerzas de choque comunistas y fui entendiendo. El discurso antidemocrático del Uruguay de los ’60 lo viví en su interior y lo rechacé profundamente.
Realizó una fuerte militancia contra el gobierno de facto. A la luz de los relatos actuales sobre ese periodo, ¿qué reflexión hace?
Cuando salimos de la dictadura el Frente Amplio obtuvo la misma cantidad de votos que antes, el 18%. Quiero decir con esto que el plebiscito del ’80, el rechazo del ’83 en el Parque Hotel a cualquier cosa que no fuera la Constitución y el acto del Obelisco fueron todos organizados básicamente por los partidos históricos. Hoy el relato se ha cambiado.
Por otra parte, me impactó mucho el apoyo de todos los sectores del Frente Amplio a la insurrección del 9 de febrero. Era el discurso antidemocrático esencial de esa fuerza política. Fue un error de ellos y tampoco se los podemos cobrar toda la vida porque después los masacraron. Y además estoy convencido que los frentistas históricos como Seregni y Batalla eran profundamente democráticos. Pero niego la versión que se da hoy sobre aquella época.
Fue electo senador muy joven en el primer gobierno de Sanguinetti, ¿qué rol cumplió entonces?
Yo era un senador de 34 años, elegido con votos propios, con una lista propia en todo el país que se armó en tres meses. Era un gobierno de transición y yo me debía a esa transición. Ser el ala izquierda en un partido que tiene que hacer una transición y una transacción no es políticamente agradable. Yo tenía que pagar el precio y fui consciente desde el primer momento. Sanguinetti nunca me pidió que yo votara la caducidad, simplemente había que terminar el lío. Ninguno de nosotros tenía mucho interés en meterse en el tema militar que lo manejaba Sanguinetti. Yo no creía que el Club Naval tuviera éxito, era escéptico. Sanguinetti era optimista, creo que el único. Los contactos colorados con los militares eran muy débiles, el único contacto era el jefe de la banda de música de apellido Muiño.
Si Wilson no entraba no se hacía la paz. Yo conozco bien porque trabajé 17 años con su secretario político, Diego Achard. Junto al sordo González eran los asesores más estrechos de Wilson y le dijeron que no tenía que votar la caducidad, sino dejar que estallara la crisis y aparecer a resolverla o el Frente iba a rentar. Pero Wilson dijo que si en ese proceso mataban a uno no había más remedio que ir para adelante. Wilson era un tipo en serio.
En su etapa legislativa promovió leyes sobre la Corporación Nacional para el Desarrollo y las zonas francas. ¿Qué balance hace hoy sobre el desarrollo de estos mecanismos?
Las zonas francas fue una idea de Mosca, inicialmente de Baltasar Brum en 1923. Pero nunca funcionaron a pleno porque no daban certificado de origen. Se mandó gente a Irlanda y a Corea, este país donde las zonas francas son estatales. La idea de zona franca de antes era más proporcionando trabajo, sin llegar a las maquiladoras que son propias de países de mano de obra barata. Entonces tenían regulaciones que luego vino un gobierno nacionalista y allí se fueron un poco desvirtuando, bajando las exigencias.
En los años ’90 el Consenso de Washington proponía las medidas de equilibrio fiscal, poca inflación, no déficit fiscal. Además, tenía que la educación era imprescindible, etc. Si uno analiza qué gobierno después de la dictadura aplicó el tan denostado Consenso de Washington fue el Frente Amplio, salvo la educación, donde aumentó el presupuesto, pero empeoró los resultados. Dicho esto, venga el gobierno que venga va a haber una búsqueda de los parámetros que te hagan creíble en el mundo capitalista, para traer inversiones.
¿Cómo ves al actual gobierno de coalición y el papel del Partido Colorado?
Como decían los antiguos comunistas, hay que tener clara la primera contradicción. Y en la política uruguaya la primera contradicción es república-antirepública. En consecuencia, estoy con el gobierno de coalición, con todo. Dentro de la coalición creo que el papel del Partido Colorado tiene que ser diferente al actual. Como decían los socialdemócratas alemanes ‘tanta iniciativa como sea posible, tanto Estado como sea necesario’, porque no se puede dejar a la gente tirada. La realidad económica mundial actual con las nuevas tecnologías genera a Finlandia por un lado y África por otro. En Uruguay uno está en Finlandia en algunos barrios, hace veinte cuadras y está en África. Y eso se acentúa. Tenemos una doble grieta, política y social. El papel del batllismo es enfrentar la grieta social. Con alimentación y oficios, con plazas de integración social, escuelas, comisarías, centros de atención a las adicciones y subsidiar a lo bestia el empleo juvenil. Somos un país que envejece su población. ¡Tiene que haber una gran inversión en que estos uruguayitos que tenemos produzcan nenes! Tenemos que hacer un país en serio.
Su trayectoria está muy vinculada con el periodismo, sobre todo con Jaque y Posdata. ¿Cómo es hacer periodismo de investigación en Uruguay?
La verdad uno siempre la consigue si pone la voluntad y los recursos. En Jaque entramos a un cuartel en la noche y sustrajimos una autopsia. En Posdata hicimos muchas de esas cosas. La corrupción policial fue la cosa más dura que enfrentó Posdata. Un día vino un joven a buscar trabajo, venía de un diario grande. En ese medio publicó en enero, cuando hay menos controles, sobre una empresa beneficiaria de una concesión de peajes que no había puesto un mango. A la tarde lo llamaron y lo echaron. Este es un país pequeño con Estado grande. La publicidad oficial es central para los canales y grandes medios. Y los grandes clientes también. El periodismo de investigación, ¡mátenlo! Pero además, la gente acostumbrada a periodistas que no dicen nada tampoco quiere que le digan muchas verdades. Bancan una o dos por año. Sin embargo, es imprescindible en cualquier sociedad el papel de la prensa.
Recientemente escribió que hubo una ‘extralimitación jurídica’ en el caso del allanamiento al periodista Ignacio Álvarez. ¿Cuál es su análisis del caso?
No conozco a Ignacio Álvarez. Él tiene una escuela periodística muy diferente a la mía. Pero el viernes hubo policía allanando con el fiscal y autorización de la jueza a un medio periodístico y exigiendo al periodista las fuentes. No hay que saber mucho de Derecho: artículo 29 de la Constitución y artículo 13 del Convenio Internacional de Derechos Humanos sobre libertad de prensa, entre otros. Trato de separarme del caso, del que no se y tampoco es importante que sepa, pero es claro que se venía tratando como un caso de violación brutal y había elementos para pensar que había sexo consensuado.
Acá hay primero un error de la fiscal Lovesio, la jueza Rodríguez no entiende de qué se trataba el tema y el fiscal de Corte interino Juan Gómez sigue la línea de Jorge Díaz. Hay una sobreactuación de la Fiscalía, un despropósito. Creo que todo lo que hizo Díaz tiene que ser borrado de la faz del planeta, las flexibilizaciones, las instrucciones. Solo Peri Valdéz sobregiró la actuación fiscal al grado autoritario.
¿En qué proyectos está trabajando actualmente?
Tengo alguna actividad vinculada a que soy miembro de la Comisión del Patrimonio Histórico Nacional. Estoy leyendo y escribiendo bastante sobre historia, sobre una lectura republicana de la historia. Y converso con amigos, cada vez más frecuentemente, porque creo que es un momento en que el Partido Colorado precisa lo que hemos hecho siempre, proveer ideas y una sensibilidad. Estoy como si tuviese 30 años.
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