El tema de las drogas no escapa al uso de discursos aceptados como únicos verdaderos, una técnica comunicacional consistente en transmitir una verdad conveniente a determinados fines. En este caso, sin dudas, el fin es disminuir la percepción de riesgo.
Daniel Radío, presidente de la Junta Nacional de Drogas, sostuvo que la marihuana no es una puerta de entrada a otras drogas. ¿Qué opinión le merece a usted esta afirmación?
Actualmente, la comunicación hacia nuestros niños y adolescentes en relación con las adicciones llega con una franca disminución de la percepción del daño que producen las drogas. Hace ya algún tiempo que se comenzaron a cambiar convenientemente algunas palabras, por ejemplo se cambió adicto por usuario y droga por sustancia. Antes se planteaba la adicción como una enfermedad y hoy ya se habla de la gestión del placer. Sin duda, las personas deben tener el derecho a elegir, pero para que sea realmente una elección libre deben estar informadas. Si a nuestros jóvenes no les llega información pormenorizada no hay tal libertad en la elección.
La idea de la legalización de las drogas, ¿no supone una apuesta por una libertad adulta y responsable?
Hoy los defensores de las legalizaciones se basan en un discurso que apela a la idea de libertad, aunque todos los que trabajamos en el tema con pacientes adictos sabemos qué poco tienen de libertad. Algunos defienden la legalización con base en la libertad de elegir consumir y plantean la libertad de un joven de clase media a fumarse un porro. Pero ¿qué pasa con aquel joven de clase baja, más vulnerable, con menos herramientas educativas, con muchas dificultades socioeconómicas, con menos oportunidades? El daño que produce el cannabis disminuye la posibilidad de un triunfo educativo y genera el riesgo a pasar a otras drogas con mayor dependencia. ¿Dónde está allí la libertad de elegir?
Existe un discurso que busca minimizar la situación actual: “Solo una pequeña parte de los consumidores se convierten en problemáticos”, lo cual no es del todo mentira, pero si aumentamos la base de los consumidores, también aumentarán los problemáticos, y si vemos esto con perspectiva de clases, sin duda los más desfavorecidos, con menos herramientas y menos oportunidades tendrán mayor riesgo de pasar a un consumo problemático.
¿Cuáles serían los impactos negativos de la marihuana en la salud de sus consumidores?
Una molécula de cannabis, por ejemplo, es buena para la epilepsia refractaria, pero poco se dice que otros componentes producen síndrome amotivacional, alteración de la memoria y suponen riesgos de cáncer de testículo, esterilidad en el hombre, infecciones respiratorias, etcétera. El mensaje sobre la marihuana que en el imaginario social llega a nuestros jóvenes es que se trata de algo natural, que hace bien y se vende en farmacias. Sin duda, se confunde lo recreativo con lo medicinal, y los pacientes nos dicen que el porro hace bien.
Hoy está en discusión si la marihuana es puerta de entrada a otras drogas, y este tema es parecido al de los abusadores: casi todos los abusadores fueron abusados, pero no todos los abusados luego son abusadores. O sea, casi todas las personas que consumen otras drogas con mayor capacidad de dependencia pasaron primero por la marihuana, pero no todas las personas que consumen marihuana terminan pasando a otras drogas.
Los defensores de la legalización de la marihuana argumentan que esta planta se ha usado desde tiempos inmemoriales, por lo que en sí misma no sería un problema. ¿Piensa que es así?
Efectivamente, otro discurso maquillado y muy usado consiste en decir que las drogas siempre existieron y son parte de la humanidad, que vivió siempre con las drogas y sin problemas; cuando en realidad tenemos generaciones con cáncer de pulmón y grandes conflictos de violencia relacionados con el alcohol, en especial la violencia doméstica. Sin duda las drogas siempre existieron, pero eso no significa que no hayan traído graves problemas a la humanidad.
Para muchos la guerra contra las drogas está condenada a perderse y, por el contrario, la regularización es, al mismo tiempo, una oportunidad económica.
También es incorrecto decir que la droga es una mercancía más y debemos acostumbrarnos a eso. Las drogas no son una mercancía más. Hay tres características que las hacen diferentes y peligrosas: su condición psicoactiva genera cambios en nuestro sistema nervioso central; son adictivas, provocan tolerancia, por la cual el consumidor necesita cada vez más para obtener el efecto anterior; y además son tóxicas, hacen daño en diferentes lugares, según las sustancias y las vías de consumo.
El discurso de que la lucha contra las drogas es una guerra perdida también es falaz. ¿Cuándo se libró en nuestro país un combate contra las drogas?
Hay países que han logrado disminuir el consumo de drogas como Suecia e Islandia. Y sus acciones se basaron en fortalecer el rol de la familia, fortalecer el rol comunitario, generar oportunidades educativas, deportivas y recreativas para todos los jóvenes.
Nuestro país es ejemplo en la lucha contra el consumo de tabaco, la cual funcionó de tal manera que somos ejemplo a nivel mundial de que se puede bajar la prevalencia de consumo de una sustancia. Podemos decir que la prevención es posible. Sin embargo, la política actual dice que enseñar sobre los riesgos de las sustancias no sirve, no funciona, no genera prevención y eso también es falaz: la lucha contra el consumo de tabaco impulsada por Tabaré Vázquez, nuevamente, fue el mejor ejemplo.
Otro discurso erróneo es negar el lema “No a las drogas” y aceptar la noción de disminución de daños. “La droga es inaceptable en nuestra cultura”, dice el eslogan de algunos países que son ejemplo en políticas de prevención, mientras que nosotros estamos discutiendo cómo darles cannabis de mayor calidad y cantidad de THC a los uruguayos.
¿Qué debería hacer, entonces, nuestro país en materia de adicciones?
La meta de nuestro país debería ser reducir la cantidad de personas que consumen drogas y que año a año sean menos aquellas personas que tienen un consumo problemático de sustancias. Deberíamos destinar con mayor énfasis la política de prevención en drogas a los que aún no comenzaron el consumo.
Ningún país ha crecido tanto en consumo de sustancias como aquellos que sostienen el paradigma de la disminución de riesgos. Basarse en la reducción de daños es un error. No tiene base científica. La reducción de daños es aplicada sobre la población general, cuando en realidad debe ser aplicada en aquellos que ya tienen daño y no adhieren a un tratamiento. Es una medida paliativa para personas que tienen daño. No puede ser la base de la política. Primero debemos hacer educación y prevención (familias, grupos de pares, comunidad, oportunidades, aumentar la percepción de riesgo); luego, si ya hay consumo, debemos ofrecer y asegurar la accesibilidad a un tratamiento. Cuando eso no es posible y continúa el consumo, recién entonces, tomamos la medida paliativa de la disminución de riesgos y daños. Jamás debe ser la base de la política de drogas, de lo contrario terminamos generando carteles en la ruta que dicen: “Si vas a consumir para pasarla bien, usá cannabis de alta calidad”.
¿Hay un trasfondo de intereses económicos en la discusión de la legalización o naturalización del uso de drogas?
La verdadera tensión es entre proveedores, no es la libertad de consumo. La legalización es un clamor del mercado, no de la sociedad. Más del sesenta por ciento de la población de Uruguay –como en Buenos Aires y California–, según distintas encuestas, se oponía a la legalización. Existe un rechazo de la mayoría de la población. Por eso la única razón explicable es la económica. De hecho, la primera vez que se planteó la legalización fue en el Consenso de Washington, por economistas liberales. Es una bandera del libre mercado. La economía ha puesto en este mercado un énfasis especial. La gente gasta 370 mil millones de dólares en compra de drogas (según el cálculo de Naciones Unidas) y los economistas se preguntan cómo puede ser que ese flujo de dinero esté por fuera del Estado. Es un negocio fantástico en manos de una economía periférica…
Como si fuera poco, es un producto que se consume en el norte y se produce en el sur, lo que cambia la lógica de los términos de intercambio que han hecho que los países ricos sean ricos.
Un discurso que debemos rebatir es el que sostiene que no se debe ir contra del narcomenudeo porque quienes lo realizan son pobres. Es una idea prejuiciosa sobre la pobreza. El canalla es canalla en cualquier clase social. Si la droga se convierte en un método de ascenso social, significa que estamos muy mal como sociedad. No podemos admitir que se diga que hay que permitir el narcomenudeo porque es un medio de ingresos ante la falta de trabajo en los sectores más carenciados, de ese modo terminamos de romper nuestros vínculos sociales.
¿Cree, entonces, que la lucha contra el narcotráfico es el camino?
Es un error sostener que si se legalizan las drogas no vamos a tener más muertes por narcotráfico. Ese momento de la desaparición absoluta del narcotráfico solo se alcanzará cuando el mercado haga todo lo que hace el narcotráfico. Para eliminarlo hay que hacer que el mercado ponga todas las drogas disponibles, para cualquier segmento de edades y sin ningún tipo de regulación: todas las edades, todas las drogas, todas las promociones, estrategias comerciales, todas las cantidades…
Si se trata de contar muertos, la mayor cantidad de muertes relacionadas con las drogas está asociada a las drogas ya legalizadas, por la escala, no porque sean más o menos tóxicas. Las drogas legales se consumen mucho más que las drogas ilegales y por eso traen muchos más problemas asociados al consumo. O sea, la ilegalidad las mantiene en un lugar menor en cuanto al consumo.
La catástrofe de las muertes, en el escenario de la legalización total con el objetivo de eliminar el narcotráfico, sería mucho mayor a la que genera hoy el propio narcotráfico.
En definitiva, estos cambios y usos del discurso se utilizan, sin duda, como mecanismo para anestesiar una conciencia colectiva con el fin de que acabe de aceptar sin críticas aberraciones como la legalización de la cocaína.
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